Amelia
se mueve silenciosamente por la obra. Menuda y callada, los operarios se
sorprenden frecuentemente con su presencia junto a la puerta del patio de
luces.
-Tenga cuidado doña Amelia. Ya sabe que es peligroso
estar ahí.
-Vosotros sois quienes debéis tener cuidado, no os
vayáis a caer del andamio. ¿Cómo va la obra? ¿Va a venir el arquitecto?
Tan
silenciosamente como aparece, Amelia desaparece de la escena de los trabajos.
Se mueve por el edificio con tanto sigilo y delicadeza que pareciera tener el poder
de surgir a voluntad en cada recodo del mismo. En realidad, ella es parte del
inmueble que estamos reparando, ¡y una muy importante! Toda su vida ha
transcurrido entre esas paredes, estrenadas mediado el siglo XX, y no quiere irse
de este mundo sin devolver al edificio la dignidad perdida tras años de
descuido por parte de todos. Sus alegrías y tristezas, sus luchas y recreos,
sus éxitos y fracasos impregnan para siempre las paredes de las que ahora
tratamos de eliminar manchas y humedades; a las que en estos tiempos tratamos
de aislar del exterior. El edificio es más que su casa ¡es el registro de su
existencia!