No me
cabe duda de que, en nuestra ubicación geográfica, el final del verano y el
comienzo del otoño marcan las directrices de cada nuevo año de actividad de las
personas y de sus perspectivas económicas. Que el año natural acabe el 31 de diciembre
no deja de ser una convención cultural occidental, de fundamentos astronómicos
y religiosos, que quizás deberíamos cambiar por el día en que entra el otoño.
Comienzan los cursos escolares, los universitarios, los cursillos de formación
continua o de reciclaje profesional, las reivindicaciones laborales, las
temporadas culturales y deportivas, los propósitos de cambio personal después
del verano, los fascículos coleccionables sobre los temas más diversos. Si la
naturaleza comienza su cíclico declinar vital para permanecer latente hasta la
explosión primaveral, nuestra actividad se planifica ahora y será al comenzar
el verano cuando cojamos los frutos de nuestro trabajo. Todo lo que en nuestros
despachos no planteemos en este trimestre final, nos lastrará posteriormente.
Después
de los últimos doce meses de quizás la situación económica, política y de
justicia social más desastrosa que, como generación, jamás hemos conocido en
este país, al que no quiero nombrar para preservar su dignidad frente a quienes,
llenándose la boca con su nombre, lo conducen a la nada; después de escuchar estentóreos
y extemporáneos cánticos triunfales sobre el final de la crisis, la creación de
31 puestos de trabajo y el inminente asombro que vamos a ofrecer al mundo; tras
observar atónito como el gobierno pretende acabar, el solito,¡con un par! como
si no fuéramos capaces de hacerlo por nosotros mismos, con la profesión de
arquitecto; tras visionar en televisión una campaña para paliar el hambre y la
mala nutrición que sufren los niños ¡en nuestro propio país!; tras todo esto y mucho más que no cito ¿Cómo afronta
el nuevo año un pequeño estudio de arquitectura?¿Cuál es el sentimiento que
domina la actividad del arquitecto? Sin temor a equivocarme, pienso que los
sentimientos dominantes son
Perplejidad,
desasosiego, turbación, equivocación, error, abatimiento, humillación, afrenta,
ignominia, mentira… ¡la confusión! Pesar y melancolía por la ausencia de otros con
los que vencer esta tribulación profesional ¡la soledad!
Mi
problema, e imagino que el de muchos otros arquitectos, es que no se qué hacer,
dónde buscar, a quién recurrir para ordenar mi ánimo profesional, para buscar
un rayo de esperanza para estos 10 o 15 años que aún me quedan de actividad
profesional. Y aunque no creo en líderes salvadores, ni los deseo, tampoco
vislumbro en el horizonte una tendencia renovadora capaz de articular
propuestas de regeneración profesional.
Los colegios profesionales hace tiempo que no me ofrecen nada, empeñados como están
en salvar los últimos muebles de una organización desfasada y ajena a las
cuitas de los arquitectos y enfrascados, en ocasiones, en extrañas peleas intestinas
de las que vislumbramos la causa última sin tener clara certeza de la misma. La
dudosa representatividad del colectivo profesional no ayuda a tener un
sentimiento de confianza hacia quienes negocian en comisiones más o menos
políticas importantes decisiones para nuestro futuro.
El
mundo universitario relacionado con la Arquitectura bastante hace con
sobrevivir, con el conjunto de la Universidad, a los duros ataques que
pretenden su sumisión al mercado y su dedicación exclusiva a aquéllos que se
puedan permitir pagar religiosamente ¡cómo si no! la matrícula de cada año.
Pero, con todo, se echa en falta, al menos yo lo hago, alguna reacción de los
docentes de arquitectura en defensa de su disciplina académica, y de la profesión
que enseñan, más briosa y sonora que las tímidas declaraciones de los últimos
meses. Pero lo que más tristeza y desazón me produce es la ausencia en el
escenario reivindicativo de los estudiantes, desaparecidos antes de que el combate
comience para ellos: si ellos que son el futuro no se implican, si entre todos
no los implicamos, podemos decir sin lugar a dudas que hemos perdido la guerra.
La
sociedad hace tiempo que nos dio la espalda. Pese a nuestros intentos de
reconciliación con ella, más a título individual que promovidos por nuestras atribuladas
organizaciones profesionales, la sociedad parece seguir ignorándonos, ajena a
la discusión sobre quién ha de estar capacitado para construir su alojamiento,
sabedora que cada vez va a ser menos acogedor y humano aunque, eso si,
eficiente y domótico. Sigue pesando más el pasado reciente, cuando la dejación
en el ejercicio de la Arquitectura, en especial sus aspectos menos glamurosos, y
el desprecio por su función social, nos alejó definitivamente de la mayoría de
los receptores de nuestro trabajo. Recuperar la confianza perdida se nos antoja
una empresa titánica si no decidimos unir nuestros esfuerzos y abrirnos
decididamente al resto de la sociedad, con la que deberemos luchar codo con
codo si queremos un mundo más justo.
¿Hacia
donde enfocar la actividad de mi despacho en un país en coma económico, con 6
millones de parados, en el que no se crearon alternativas económicas cuando se consiguió
crear riqueza en los años de la burbuja? ¿Puede la reciente ley de rehabilitación,
regeneración y renovación urbana suponer una solución para un sector y una
profesión tan castigados? La bondad de la ley vendrá dada por la existencia de
recursos económicos, crédito, para su aplicación, ya que hoy por hoy los
beneficiarios de la misma están económicamente exhaustos o son los sectores más
débiles, y por la agilidad de los gestores públicos; y su maldad por los
riesgos que se observan en la aplicación de temas como la presencia de terceros
con derechos otorgados por propietarios y la capacidad de alterar la ordenación
urbanística, la ocupación de espacios libres o de dominio público y las
superficies comunes de uso privativo, entre otros. Aún en el caso de que exista
dinero para la aplicación de la ley al año que viene, un despacho pequeño como
el mío lo tendrá difícil para obtener trabajos.
¿Nos
centramos en la eficiencia energética? Creyendo en ella como un medio de lograr
edificaciones sostenibles, consideramos que el proceso certificador nació muerto,
por lo que es preciso reiniciar el proceso mediante una campaña de concienciación
social de la importancia de mejorar la eficiencia de nuestras viviendas. Lógicamente,
un gobierno que ha sido capaz de pergeñar el “peaje de respaldo” y tiene la política
de renovables que tiene no va a mover un dedo para cambiar la percepción
ciudadana de que el certificado es una
tasa más que no sirve para nada. Nunca creí que realizar certificados fuera la
panacea laboral para el estudio, pero aún así me preparé para poder atender la
demanda de un posible cliente…que no ha llegado porque un ingeniero topógrafo
se lo firma en el Hipermercado por 70 € o consigue un vale en Groupon. No, no
veo mi futuro haciendo certificaciones.
No me
veo en el extranjero a mi edad ¡eso se lo están planteando mis hijos! ¡Tampoco
haciendo cup cakes y convirtiéndome en el rey de las tartas (por cierto, ¿sería
indigesto comerse un pastel con la forma de alguna obra emblemática de estos
años pasados, tipo Ciudad de las ciencias y tal?). Para ser sinceros, pese a la
confusión, la soledad y el miedo al futuro, el nuevo curso no ha comenzado mal,
ya que he dado el primer inicio de una obra de nueva planta desde 2008: la
ampliación de una vivienda unifamiliar en ¡31 m2! ¿Qué tendrá esta
cifra? ¿Deberé echar las campanas al vuelo y afirmar que he salido de la
crisis? ¡No, claro que no! ¡Me esfuerzo por ser medianamente sensato! También
llevo varias reparaciones en inmuebles de vivienda construidos durante la
burbuja, e incluso voy a reparar un inmueble de 4 viviendas en lo más humilde
del centro histórico. No es mucho, pero a base de trabajo y horas de negociar
el encargo consigo mantener abierto el despacho, sin ganar dinero pero abierto.
No es
tiempo de grandes obras. Tampoco de grandes dispendios. Es hora de hacer grandes esfuerzos: trabajar en pequeños,
mínimos, encargos como si fueran el proyecto de nuestra vida. Hacer tabla rasa
con el pasado y convencer a los clientes de que el trabajo de un Arquitecto
como yo, de proximidad o cabecera, no solo no encarece la obra, sino que es una
garantía que asegura una correcta administración de sus recursos, que genera
pequeñas sinergias en nuestro entorno próximo. Quiero ser como he sido hasta
ahora, un despacho pequeño sensible a las personas y a la arquitectura.
Para esta nueva temporada que
ahora comienza, plagada de confusión y soledad profesional, quisiera convertirme en un arquitecto cercano a los diferentes
grupos sociales de mi entorno, conocedor de su historia, problemas, necesidades
y deseos; dispuesto a trabajar codo con codo con ellos, a no impartir doctrina
infalible e ininteligible en sus proyectos; abierto a una actitud docente sobre
Arquitectura; consciente de la precariedad del medio físico, del frágil
equilibrio de la naturaleza y de la complejidad de las sociedades avanzadas;
valiente para defender soluciones contrarias al sistema establecido, dispuesto
a empatizar con el cliente, a ponerme en su lugar para conocer sus necesidades. Quisiera
llegar a ser un
ARQUITECTO
DE CABECERA, ARQUITECTO DE PROXIMIDAD
¡Amén! Creo que muchos, muchísimos, firmaríamos este texto casi al pie de la letra.
ResponderEliminar¡Ánimo!
Plenamente identificado con lo escrito, no se puede plasmar mejor
ResponderEliminarEstimado Javier Ricardo,
ResponderEliminarTu texto es una estupenda descirpción del estado no sólo en que se encuentra la profesión sino de su ánimo.
Hay un estado de esperanza fundado no en los encargos sino en como nos gustaría que nos viera la sociedad. Coinido contigo en el aliento optimista que corre en frases como estas: "Quisiera convertirme en un arquitecto cercano a los diferentes grupos sociales de mi entorno".
Enhorabuena y saludos
Santiago
Gracias a todos por la acogida de mi entrada, escrita no tanto desde el pesimismo, que algo hay, como desde la confusión y la incertidumbre (de ahí la banda sonora de Epitaph de King Crimson que aconsejo escuchar mientras se lee el texto) que parece envolverlo todo y en especial a nuestra profesión. Quizás la única luz entre tanta tiniebla, y ésa es mi esperanza, sea los intentos de muchos de nosotros por acercarnos y empatizar con quienes nos debemos, las personas, proceso más o menos complicado para cada profesional en momentos en que los que deberían ejercer un liderazgo no parecen hacerlo, optan por no decir la verdad, la dicen a medias o simplemente prefieren adoptar una actitud cínica. Está claro que el liderazgo lo habremos de ejercer nosotros, desde la base, en nuestro quehacer cotidiano, más allá del posible encargo, y mi creencia es que sólo desde la cercanía al entorno social se puede tener éxito.
ResponderEliminarPues asi es.
ResponderEliminarMuy buena entrada Javier.
Es muy interesante lo que comentas y comparto el análisis de la realidad que haces. Algunos ya estamos caminando en la línea que planteas aprendiendo o reaprendiendo la manera de ejercer la profesión y adaptándola a las demandas actuales de la sociedad.
ResponderEliminarNo es nuevo, ya existe en otros países. En nuestro caso, ha bastado volver la mirada hacia lugares en los que ya han aprendido a vivir la nueva situación: el sur.
Lo que tú llamas "arquitecto de cabecera", nosotros lo llamamos "arquitecto de familia".
Enhorabuena Javier también por este post en este blog magnífico que acabo de descubrir. Reflejas como nadie lo que a pie de calle nos pasa a unos y otros compañeros errantes en estos tiempos de penuria profesional. Animo y sigue haciendo las cosas bien, que tu eres de esos. ;)
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