lunes, 27 de mayo de 2013

¡UN GRAN PODER CONLLEVA UNA GRAN RESPONSABILIDAD!

Uno de los valores que la sociedad nos atribuye a los arquitectos es el de la responsabilidad. Pero no tanto como una cualidad que radica en nuestra conciencia permitiéndonos reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de nuestros actos, en el plano de lo moral y en relación con la función social de la Arquitectura, sino como la obligación que recae sobre nosotros de reparar el daño causado a otro, sea en naturaleza o bien por un equivalente monetario. Es decir, solo se nos reconoce, tristemente, la responsabilidad civil. Y tengo mis dudas sobre si muchos de nosotros sólo pensamos en esta parte del concepto de responsabilidad, que eso sí, nos supone mucho dinero.




Como la mayoría de los arquitectos comprendo y asumo que nuestra profesión lleva aparejada una lógica e inseparable vinculación con la responsabilidad civil, dada la naturaleza de nuestros trabajos; pero la presión económica a las que nos vemos sometidos por este motivo está alcanzando límites difícilmente soportables, máxime cuando comparamos los que afectan a otras profesiones a las que ahora se les quiere permitir el paso franco a nuestro campo profesional, o los de nuestros “responsables” políticos y económicos, a quienes nada parece afectar aunque sus incorrectas decisiones económicas, perjudiquen directamente al bolsillo de millones de personas. ¡Y es que por una grieta en una pared te sientan en un banquillo y por una estimación macroeconómica errónea no!

Estaría bien que se divulgara y reconociera que, independiente de la culpa que el técnico pueda tener ante una reclamación, en estos tiempos de crisis somos nosotros, arquitectos y arquitectos técnicos que intervenimos en las obras, los que garantizamos las indemnizaciones en muchísimos de los casos que se juzgan, aunque no tengamos toda la responsabilidad, ya que la crisis se ha llevado por delante a promotoras y constructoras, mientras que nosotros, la mayoría de las veces pequeñas empresas, estudios unipersonales o falsos autónomos explotados por un sistema laboral mal regulado, siempre estamos ahí, no podemos desaparecer físicamente salvo con la muerte ( y en ese caso tenemos familia a la que cargar con nuestra sentencia). Y no estaría de más que la sociedad supiera el coste que supone a muchos compañeros mantener el seguro una vez jubilados, especialmente si lo comparamos con la pensión que reciben.

http://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/aun-dicen-que-el-pescado-es-caro/


Cada vez duele más comprobar cómo la sociedad, en estos tiempos críticos económicamente, ve en nuestra responsabilidad civil un modo de abaratar los presupuestos de ejecución de los trabajos de reforma o reparación, principal yacimiento laboral para tantos y tantos pequeños despachos que en este país somos. La picaresca subyacente en el modo de ser hispano conduce, en cada vez más ocasiones, a razonamientos tales como: ¡No precisamos asesoramiento de un técnico para ver qué conviene hacer, sino que debemos llamar a varios y entre las diferentes soluciones, independientemente del procedimiento propuesto cuyas características no entendemos, elijamos la que menos cueste; se supone que como el arquitecto tiene un seguro, si la solución no funciona ya le demandaremos! Otras veces, esta actitud cicatera, corta de miras y cláramente más onerosa a medio plazo, se ve complementada con la actitud de técnicos irresponsables que asumen trabajos para los que se precisaría un proyecto simplemente ofertando una dirección de obra nominalmente referida a un trabajo más sencillo, o insolidarios que tiran honorarios hasta niveles inadmisibles para el resto de la profesión a la que salpican con su indignidad. No hablaremos de las empresas que ofertan los proyectos técnicos precisos a precios irrisorios y a sabiendas que los cobran con creces en las partidas y calidades de la obra.

Pero siendo importante, y capital, la responsabilidad civil que nos acompaña a todos y cada uno de los arquitectos, ésta no deja de ser sino una parte específica de la responsabilidad general que  hemos adquirido por el mero hecho de haber elegido esta profesión y que deriva, en mi opinión, de la función social de la Arquitectura.

El ejercicio responsable de nuestra profesión de arquitectos, nos debe llevar a conocer las inquietudes y necesidades de nuestra sociedad en aspectos esenciales de la misma, que van desde la satisfacción de sus necesidades contingentes hasta los campos de la educación y enriquecimiento intelectual, las relaciones humanas, el conocimiento de su historia y la conservación del entorno natural, dando respuesta a las mismas a través de nuestro trabajo, siempre en constante proceso de aprendizaje y mejora a partir de experiencias anteriores propias y ajenas, tanto en los procedimientos de diseño y producción documental como en los resultados finales de nuestra dirección, asumiendo las consecuencias que por acción u omisión genera nuestra actividad en la persona, la sociedad y el entorno natural.

La responsabilidad social del arquitecto, y del conjunto de la profesión, al ejercer una actividad relacionada con la técnica y la modificación de las condiciones del entorno natural, surge de la libertad para elegir opciones capaces de dañar o favorecer a la persona, la sociedad y el medio ambiente, según un imperativo que nos impulsa a obrar de tal modo que los efectos de nuestra acción sean compatibles con la vida humana.

¿Hasta que punto el arquitecto es consciente de la enorme responsabilidad que adquiere con el ejercicio de su profesión? ¿Hemos hecho dejación de nuestra responsabilidad social, individual y colectiva, como arquitectos? Si bien la organización actual de la sociedad y de los campos de actividad en que nos movemos, basados en premisas económicas neoliberales, dejan estrechos márgenes prácticos de libertad al arquitecto para adoptar decisiones conformes a ese principio de responsabilidad, máxime si contradicen las directrices del mercado, mi opinión es que la actitud individual de muchos de nosotros libra un denodado combate para introducir actos y decisiones acordes a dicho principio. Pero las circunstancias económicas extremas en el mundo de la construcción, tanto las del ciclo expansivo pasado como las de la recesión actual, en nada son favorables a un ejercicio socialmente responsable, en los términos enunciados, de la arquitectura. Un comprensible instinto de conservación nos retrae de convertirnos en mártires, monjes-soldado o super-héroes de la Arquitectura.

¿Libramos los arquitectos, desde un punto de vista colectivo, un combate similar desde organizaciones, agrupaciones o colegios? Seguro que encontraremos excepciones pero, en mi opinión, creo que no. Y esto es así porque, sencillamente y salvo loables intentos aislados que considero embrionarios o todavía de pequeña escala, no estamos organizados. Y no lo estamos por nuestra gran individualismo, no exento de ego, que en un mundo complejo en el que cada actividad humana presenta varias facetas, que precisa de la colaboración de muchos individuos expertos en las más diversas disciplinas para llevar a delante el más pequeño proyecto no deja de ser sino una fuente de problemas y una invitación al fracaso.

Nuestros colegios profesionales, situados tiempo atrás en una cómoda inercia de funcionamiento, se encuentran hoy desarbolados por la crisis después de un notable olvido en el ejercicio de la responsabilidad general de la profesión para con la sociedad que, después de solo ver en ellos un organismo burocrático más, ahora no los reconoce como instrumento para solucionar sus problemas, pese al prestigio social que acumularon tiempo atrás. Más allá de la viabilidad económica, si los colegios quieren lograr una vía de salvación habrán de empalizar con la sociedad y conocer sus inquietudes y necesidades en relación con el campo de acción de la Arquitectura, canalizando respuestas y soluciones a las mismas.

Nuestra responsabilidad social está ahí, es inherente a nuestra profesión y es necesario reconocerla y asumirla como garantía de supervivencia de la misma, como nuestro hecho diferencial. No podemos batallar por nuestra cuenta para sobrevivir hoy y morir mañana, sino que necesitamos unirnos para hacer oír nuestra voz y lograr que la sociedad de la que formamos parte nos reconozca como sus profesionales y nos reclame como necesarios para resolver sus problemas.

Nuestra formación como arquitectos nos proporciona unos conocimientos que son imprescindibles para satisfacer las necesidades básicas del ser humano y su desarrollo como persona; para la organización de los grupos sociales y su crecimiento sostenible; para ordenar el territorio, preservar y comprender las huellas de nuestro pasado y garantizar la continuidad del entorno natural. El ejercicio de nuestra profesión nos permite influir en la vida cotidiana de las personas y en su desarrollo individual y colectivo, pudiendo marcar desde pequeños su personalidad. Sin duda, como arquitectos tenemos un gran poder, pero


¡un gran poder conlleva una gran responsabilidad!

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