En este
invierno de temporales sucesivos que embisten la península ibérica desde el Atlántico
Norte, contrasta la apariencia de tranquilidad, si no resignación, que se ha
instalado en el ámbito profesional de la Arquitectura y los arquitectos, máxime
si lo comparamos con la galerna que se abatió sobre nosotros el año pasado por
estas mismas fechas, después que se filtrara el primer borrador de la Ley de
Servicios Profesionales. Todos estamos muy tranquilos ahora y pareciera que en
el negro horizonte de la crisis se atisbara un apunte de claridad, si por tal
se entiende realizar trabajos menores a precios exiguos o dibujar y justificar anteproyectos
de edificaciones, sin cobrar honorarios, en la débil esperanza de que, con un trabajo
de calidad y unos números ajustados, se pudiera obtener financiación con la que
todos, promotor, técnico y constructor, pudiéramos no ya ganar dinero sino al
menos mantener la actividad de quienes en tiempos formamos eficientes y
responsables estructuras productivas. Este “impasse”, la inactividad o el
silencio de unos y otros, especialmente de quienes supuestamente defienden los
intereses de los profesionales, ¡mis intereses! me produce repelús y escalofríos.
Algo me dice que esta situación es
Hace
un año el mundo de la Arquitectura hervía. -¡Es el fin de la Arquitectura!-
decían unos. -¡El empobrecimiento de nuestra sociedad!- argumentaban otros. Las
redes sociales desbordaban artículos a favor de la Arquitectura y en contra de
la LSP (después LCSP). Se creaban grupos en las redes sociales para defender la
profesión de arquitecto y se repartían consignas: -¡Queremos ser necesarios
antes que obligatorios!-. Hasta el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos
y los Colegios territoriales publicaron una declaración por la arquitectura
española y allá por el mes de junio se hicieron numerosas concentraciones y
actos públicos de protesta y defensa de la profesión. Hace menos de un mes que
el CSCAE presentó ante el Consejo de Estado las alegaciones al anteproyecto de
la LCSP. Todo lo que se ha realizado parece que era necesario, aunque no se si
suficiente; pero en todo caso echo de menos una mayor información y actividad
pública por parte del Consejo y los Colegios que, más allá del mantenimiento del
día a día de su capitidisminuida actividad, parecen seguir más preocupados por
luchas internas que por los problemas del colegiado. O al menos así me lo
parece.
¿Qué
ha sido de esa movilización profesional que en algún caso hasta se hizo levemente
patente en las calles de nuestras ciudades? ¿Hemos sido capaces de aprovechar
el enorme potencial que representa una profesión de alto nivel, que
posiblemente conserve algo del prestigio y predicamento social que antes tuvo,
movilizada y concienciada por el ataque al que se ve sometida y que, sin duda,
va a perjudicar a la sociedad a la que se debe? ¿Hemos sabido ganarnos a otros
sectores sociales y profesionales que ya sea por simpatizar con nuestra causa
ya sea por conciencia del perjuicio que se va a causar a la sociedad, hubieran
podido convertirse en aliados en nuestra protesta? ¿Hemos estrechado vínculos
con el mundo universitario, atrayendo a los jóvenes que en unos años, y si el “espíritu
de aventura” no les llama a abandonar este país, serán la savia nueva en la
lucha por dignificar la profesión, por mejorarla técnica y humanísticamente y
por recuperar la función social de la arquitectura? ¿Algún “representante” de
la profesión ha establecido contactos con altos miembros del Gobierno del
Estado para abrir vías de diálogo que permitan una solución aceptable por todos
para unos problemas que indudablemente existen? Para mi la respuesta estos interrogantes
es un preocupante ¡No lo se!, una mezcla de si, no y todo lo contrario, ya que
un simple arquitecto como yo, alejado del epicentro del poder y las decisiones,
no recibe una comunicación clara de lo que está pasando. Tengo vagas impresiones
de lo que está ocurriendo y de lo que puede pasar y, desde mi posición, no son
alentadoras. Nunca me ha gustado la actitud de quien dice hacer todo para los
arquitectos pero sin los arquitectos, aunque a muchos de éstos no les importe.
En el
orden estricto de nuestro trabajo parece que la resignación ha tomado las
riendas del quehacer cotidiano: no hay nuevas edificaciones que proyectar ni
obra que dirigir, y el campo de la rehabilitación, regeneración y renovación
urbana más parece un deseo que una tarea cercana, por lo que la mayoría de
profesionales, los que no podemos salir al exterior, aceptamos la situación
como un lance del destino, asumiendo vivir de nuestras menguantes reservas o del
sueldo de nuestros familiares, luchando por esos pequeños trabajos, cada vez
menos frecuentes, en los que si compites con calidad sabes que partes con
desventaja, siempre en espera de…¿De qué? ¿Alguien está, de verdad, poniendo
los fundamentos teóricos, marcando los objetivos, preparando las condiciones y
previendo los medios para que, sin caer en los abusos que nos han traído hasta
aquí, un sector como el de la
construcción recupere un porcentaje razonable en el producto interior bruto del
país?. No hay futuro, pero eso no parece preocuparnos hasta el punto de alzar
la voz.
La
ley de rehabilitación, regeneración y renovación urbana, incluso con sus puntos
oscuros, parecía una esperanza en este sombrío panorama. Pero ¿Dónde están los
medios para su aplicación? ¿Cómo pueden quienes más precisarían de las
intervenciones legisladas, generalmente los más débiles, obtener financiación?
Al menos donde yo vivo han habido, y hay actualmente, ayudas para determinadas
obras o la rehabilitación ecoeficiente, pero su penetración entre la población
es testimonial, su capacidad de financiación de la parte no subvencionada es
mínima y el plazo para preparar la documentación técnica es inferior a un mes desde
la publicación de las ayudas, por lo que o bien los proyectos están pobremente
definidos o se precisa información privilegiada para llegar a tiempo con toda
la documentación exigida. Pero todos estamos muy tranquilos, nadie dice nada.
Hay
compañeros, quizás los más jóvenes, que buscan nuevos yacimientos de trabajo
rebuscando en los límites de nuestra profesión y en las zonas neutras que la
rodean. Conviniendo que la imaginación es esencial a nuestro quehacer y que los
nuevos tiempos exigen una readaptación de nuestra profesión tanto a la realidad
socioeconómica como a la tecnológica, quizás debamos también aceptar que ahí la
exclusividad no existe, la arquitectura es una más de las opciones, y sólo la
capacidad innovadora y de trabajo de cada individuo, independientemente de su
formación, marcará la senda del éxito o el fracaso. En el caso de los arquitectos
nuestra preparación profesional nos facilita, más allá de la arquitectura, habilidades
como organizadores espaciales, como organizadores de actividades y equipos
humanos y como individuos capaces de tener una visión poliédrica de la
realidad; pero en las zonas neutras no somos los únicos poseedores de estas
destrezas. Al oír hablar de estas actividades muchos sonríen falsa, cínica y
forzadamente para no manifestar sus dudas y temores al respecto.
Ante
este panorama ¿Qué hacemos como profesión? Bien poco o nada, o yo al menos no
tengo conocimiento de que nuestras organizaciones más ortodoxas hagan gran cosa
por abrir e investigar nuevos campos de actividad, conseguir y negociar con las
instituciones nuevas expectativas de trabajo tradicional o promover entre los
arquitectos las bases de cómo organizarse empresarialmente para el futuro.¡Quizás
no sea esa su labor y bastante tengan con no cerrar! Tampoco nosotros como
individuos parece que nos movamos mucho, salvo excepciones que todos conocemos
sin más que visitar las redes sociales, y no se nos oye ni protestar, reclamar
y exigir y proponer a los gobernantes el establecimiento de unas bases
realistas de actividad para la construcción y los sectores relacionados. En el
fondo la pasividad es reflejo de la ignorancia de todos sobre el qué hacer.
Observo
mi entorno profesional y percibo una extraña calma que me asusta y que hace un
año no reinaba. Parece que los esfuerzos por conseguir un trabajo al precio que
sea han anulado cualquier preocupación por el futuro de la profesión, y sólo
las escaramuzas para rebajar unos honorarios basura rompen la simulada
tranquilidad en la que parece seguimos ejerciendo nuestra profesión. No hay
datos objetivos que permitan afirmar que la situación es mejor ahora que en los
últimos años, o que haya visos de un resultado positivo en los retos que
afectan a los arquitectos. Queremos creer en que algo va a empezar a moverse, pero
nosotros no queremos movernos, o no sabemos, o simplemente nos hemos resignado
a aceptar lo que sea que venga. Quizás la filosofía de la inacción, el
“resistir es vencer” que parece desprenderse de la conducta de nuestros
gobernantes ha calado entre nosotros más de lo que creemos, aunque
desconozcamos a qué y quiénes resistimos, si la resistencia es lucha o
pasividad, si quizás luchamos contra nosotros, a qué precio se producirá la
victoria, si es que hay probabilidades de la misma, y cuándo. O quizás estamos
asustados, muy asustados, aturdidos y desorientados, como ciudadanos y
arquitectos, por todos los golpes recibidos desde el poder como objetivo
preferente de la doctrina del shock.
Estoy
seguro de que la tormenta está próxima y va a ser muy potente por coincidir en
su génesis un ataque deliberado a la profesión con una situación económica
dantesca, que precisa nuevas respuestas, en un momento de debilidad por nuestra
parte como nunca se ha conocido. Tengo dudas de que nos estemos preparando
adecuadamente y desconozco si tenemos aliados o si los hemos buscado. La
tormenta no se llevará a todos por delante, y algunos resistirán, no
necesariamente los más fuertes pero sí los más previsores, astutos y flexibles.
Pero no habrán vencido al gran temporal porque las tempestades sólo pueden
resistirse y ellas solas remiten, dejando a su paso destrozos y una inmensa
tarea de reconstruir para quienes han sobrevivido. Lo único que puedo decir es
ESTEMOS ATENTOS A LOS PARTES METEOROLÓGICOS
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