Empezar
profesionalmente en el ejercicio libre de la Arquitectura fue para mí como botar
un velero y navegar día y noche en un mar desconocido: arte, ciencia e
intuición. Conocía todas las velas, cabos y palos de mi barco, pero nadie me
había hablado de cartas de navegación, de medios de orientación fiables ni de
las corrientes que iba a encontrar. Así, tras mucho tiempo de navegar, primero
cabotajes y después travesías, entre temporales y calmas chichas, y tras no
pocos sustos provocados por fuertes galernas, he construido mi propio sistema
de orientación con el que he logrado no encallar nunca ¡ni hundir! los barcos
que he pilotado. Esa brújula particular, la única que me ha funcionado, nos ha
salvado a tripulación y pasaje en múltiples ocasiones. Pero desde que se
desencadenó la crisis, la tormenta perfecta que presentíamos desde largo tiempo
atrás, el mar del ejercicio profesional sufre un pertinaz temporal, que modifica
constantemente toda referencia de navegación, generando peligros desconocidos y
modificando los anteriormente localizados. Son frecuentes las derivas y los pocos
viajeros que se arriesgan a zarpar en mi pequeño pero todavía seguro barco,
están tan atemorizados que desisten inmediatamente de realizar la travesía o pretenden
cambiar el rumbo de navegación, cuando no de capitán, embrujados por cantos de
sirena que les embotan el conocimiento, empujándoles al motín. Somos muchos los
que coincidimos en que las travesías se han vuelto peligrosas, se han llenado de
nuevos riesgos y que los cambios efectuados en nuestros bajeles no son
suficientes para garantizar una buena travesía. Por ello se hace preciso trazar
nuevas rutas, construir barcos más grandes y seguros y dotarnos de una nueva
Nadie
nos preparó en la Escuela de Arquitectura para la vida profesional. Quienes
terminábamos, en mayor o menor número de años, los estudios que nos habilitaban
para ejercer de arquitectos, nos sentíamos capaces de proyectar un auditorio,
una catedral, un cementerio, ¡un nuevo barrio residencial completo! No estoy
seguro de que nos sintiéramos capaces de hacer Arquitectura, pero si de
proyectar a la manera de Rossi, Grassi, Botta, Scarpa, Stirling, Krier o los
Five. Algunos colegas habían adquirido la capacidad de farfullar imitando a Le Corbusier o Aalto o chapurreaban palabras de Wright o Asplund sin acabar de
dar continuidad a su discurso. Cuando hablábamos en arquitecto, eran las frases
hechas de los grandes las que surgían de nuestro lápiz HB, conformando un
discurso, aún bastante inconexo, con el que a duras penas nos entendíamos entre
nosotros y que en absoluto comprendían los legos en la materia. Pero éramos
jóvenes, y poseedores, nos decían, de un motor profesional de arranque lento,
calentamiento parsimonioso y resultados óptimos a partir de la madurez, que
obtendríamos cuando las canas tiñeran de blanco nuestras cabezas, y que nos
aseguraría la prosperidad en la fase final de nuestra vida profesional (no
recuerdo metáfora alguna para nuestras compañeras, que ya eran más que
abundantes en la escuela en aquellos tiempos).
Así
que empezamos a hablar arquitecto a nuestra manera: con mayor o menor
vergüenza, o desvergüenza según se mire; a crear nuestros dialectos tomando
construcciones gramaticales de aquí y de allá; mezclando vocabulario de los
maestros con palabras autóctonas de nuestra tierra; o hermosas palabras
clásicas con argot de los bajos fondos de la arquitectura. Se que algunos
compañeros optaron por aprender ortodoxamente el idioma, que alguno se decantó decididamente
por el argot, y que incluso unos pocos hicieron, finalmente, voto de silencio.
Pero la gran mayoría hemos acabado creando una koiné que nos permite navegar
por el proceloso mundo de la arquitectura intercambiando conocimientos y
experiencias, lanzando mensajes coherentes, en ocasiones hermosos, en prosa,
gramática y contenido.
Y
casi todos montamos nuestro pequeño
estudio de arquitectura, a menudo entre varios
colegas que durábamos juntos hasta que el hartazgo por proyectar la nada
de modo conjunto superaba a la necesidad de compartir los gastos generados en los
diferentes concursos de arquitectura a los que, cándidamente, nos presentábamos.
La figura del falso autónomo era entonces embrionaria, pero no así la del
pequeño joven despacho que colaboraba para otro de más solera, o menos joven,
¡pero no mucho mayor ni más joven, no vayamos a creer lo que no era!, haciendo
el cálculo de la estructura, el diseño de las instalaciones, el cálculo de los
aislamientos o los detalles constructivos. Si había suerte, la relación era
provechosa para ambas partes y la mera colaboración se convertía en algo más,
en un trabajo en el que todos aprendíamos de todos; si no la había, llegabas a
la conclusión de que el otro no tenía nada que enseñarte, que solo quería
cobrar sin trabajar.
Y
como no todo iba a ser negativo, un día llegaba tu primer encargo profesional propio
que, como era de esperar, no tenía mucho de arquitectura. ¡Recuerdo cuando el
día de Nochebuena de aquel lejano ochenta y seis le tuve que decir al dueño de
una nave que el valor de la misma no cubría ni de lejos el valor del préstamo
que solicitaba! Lo pasé mal, me sentía culpable por dar esa noticia en un día
como aquél.
Al
poco llegaba tu primera unifamiliar, obtenida a través de un amigo de la prima
del cuñado de no recuerdo quién al que conocí una noche en un restaurante
turbio, muy turbio, comiendo cuscús. La madre de la futura usuaria, en un
pueblecito cercano, no entendía como en aquel solar de 5 metros de fachada que
enseguida se ensanchaba a más de 15 habíamos planteado un patio interior, ¡como
en las casas romanas! le habíamos dicho. Todavía recuerdo su cara: “¿Qué es
esto? ¡Si cada vez que sople el cierzo los vacíos sacos de abono de los campos
cercanos revolotearán en ese patio, auténtico “cado” de mierda!”, decía “¡Y
nada de prever una lavadora en la cocina, que se estropean!” Lógicamente, ni la
madre ni la hija aparecieron más por el despacho.
Poco
a poco, golpe a golpe, proyecto a proyecto, he curtido mi modo de hacer y he
ido adquiriendo destreza en el manejo del gobernalle de mi estudio,
conocimiento de las rutas que me permiten navegar en el mar de la libre
competencia. Sin grandes percances; con la ayuda y el consejo de algún que otro
buen compañero y mejor persona; estudiando por mi cuenta los problemas a la
hora de navegar y las lógicas exigencias de los viajeros; poniendo en cuestión
las enseñanzas recibidas y adquiriendo otras, he ampliado las prestaciones de
mi bajel y trazado mi propia carta de navegación que me ha permitido subsistir
hasta este momento, en el que las canas blanquean mi cabeza y mi futuro sigue
sin estar asegurado. Creo honradamente que mi discurso arquitectónico es, al
menos, correcto y eficaz, inteligible para casi todos, y salteado de bonitas
palabras que enriquecen su contenido, ofreciendo guiños de complicidad a los
versados en arquitectura. No me considero capaz de dictar una clase magistral,
pero sé en cada momento qué es preciso hacer y hasta donde puedo llegar.
En
estos años he contado con una aguja de marear, creada por y para mi mediante el
conocimiento de mi entorno físico y social, de su historia y tradiciones; manteniendo
una actitud cercana y comunicativa con el cliente; intentando conocer y
comprender su personalidad y las circunstancias particulares que le llevaban a
solicitar mis servicios; confrontando sus anhelos con los generales de su
entorno social, y comunicándole siempre lo que necesariamente debía de saber,
no lo que querría escuchar. ¡Todo un instrumento de precisión artesana fruto de
años de paciente dedicación!
Desgraciadamente
en los últimos tiempos este sistema de navegación ha empezado a fallarme, a
proporcionar datos erróneos que desbaratan mis singladuras, que me obligan a ir
al garete en muchas de las escasas ocasiones en que hoy inicio una travesía. Su
mecanismo, basado en actuar desde el conocimiento, la objetividad, la verdad y
el bien común, es para mí el correcto pero está sufriendo las consecuencias de
la crisis, que ha convertido a la verdad y el trabajo bien hecho en víctimas
del dinero, o de la falta de él: no se trata de competir por hacer lo mejor, o algo
con la calidad exigible a estas alturas de la historia, del modo más económico
posible; sino de competir por ver quien hace algo del modo más barato, aunque
no esté todo lo bien que debiera. Y ese proceder desbarajusta los finos ajustes
de mi brújula personal a la vez que produce una dislexia en mi hablar
arquitecto.
Me duele
lo que la crisis, y la ideología dominante en el mundo occidental, está
haciendo con la verdad, el magnetismo de mi aguja de bitácora, en todas partes
pero especialmente en este rincón del sur de Europa llamado España, sobre todo a
través de quienes tienen la responsabilidad de guiarnos, a todos, entre la
tempestad: la verdad se estira, se retuerce, se vuelve del revés, se retoca, se
dilata, se encoge… ¡es preferible la mentira, pues, al menos, es franca, podemos
apreciarla en su concepto y actuar frente a ella con claridad!
Nuestra
profesión precisa una nueva aguja de marear, común a todos pero personal para
cada uno, que captando las diferentes facetas que presenta la verdad,
poliédrica y no absoluta, nos permita navegar en las nuevas condiciones socio-económicas
y profesionales que la crisis está provocando en nuestro entorno, responder a
los nuevos retos sociales, plantar cara a piratas y advenedizos, y sobre todo, transportar de modo seguro a quien
necesite de nuestros servicios. Una aguja que, reciclando en su mecanismo los principios
que nos han permitido llegar hasta aquí con una cierta dignidad profesional, incorpore
nuevos componentes programados en un lenguaje abierto a la sociedad, sus
necesidades y su progreso. Esta herramienta rediseñada sólo saldrá de la puesta
en común de experiencias, conocimientos, anhelos y ambiciones que intercambiemos
desde la base. Yo al menos no espero casi nada de los lujosos camarotes de los
buques insignia.
¡Y
aquí me tenéis mientras tanto! Tratando de ajustar la aguja que tanto tiempo me
ha costado construir y que hasta ahora nunca me había fallado. Entre tanto
armar y desarmar me han sobrado piezas que no recuerdo ni para qué servían ni
por qué las puse. Necesito arreglar este compás ¡con urgencia! Y no los reparan ni venden nuevos en ningún sitio. No es tan fácil de sustituir como el
otro compás, el que nos acompañó desde el primer año de carrera y que nos
martirizaba a la hora de hacer tangencias. ¡Ojalá lo fuera!
¡Ah, Si fuera tan fácil trazar
un nuevo rumbo profesional como dibujar una tangencia en autocad!
Es una descripción emotiva de lo que ha terminado y no volverá a ser igual.
ResponderEliminarFantástico. Comparto la idea de Jesús. Los tiempos románticos de la arquitectura se han acabado. O nos los hemos cargado nosotros. O se los han cargado otros. No sé
ResponderEliminarEn cualquier caso, enhorabuena por el artículo
En lo más profundo de la crisis económica de la segunda década del siglo XXI, allá por el año 2013, escribí está entrada en mi blog "Entre el lápiz y la piedra" donde hablaba de la aguja de marear que, con los años, me había ido construyendo para el ejercicio de mi vida profesional como arquitecto y que aquella maldita crisis estaba poniendo en cuestión. Ahora, en 2020, cuando la crisis económica que el coronavirus está causando vuelve a trastocar todos los sistemas de navegación, este texto vuelve a estar de actualidad e incluso se queda corto, ya que aunque consigamos recomponer nuestras agujas de marear, las líneas magnéticas de la sociedad están trastocadas y es necesario una recomposición del magnetismo socio-económico del planeta, sin que sepamos en que lugar se estabilizará: en el que prima a las personas o en el que prima la economía; en el que deifica a la empresa y al libre mercado o en el que se somete al estado. Espero que, si leéis esta entrada, o algunos la releéis, al menos os haga pensar en unos temas que a mi, como arquitecto, me preocupan pero que creo son extensibles a la mayoría de actividades profesionales y laborales.¿Cómo actualizar nuestra aguja de marear? o ¿Cómo tratar de influir aunque sea mínimamente en la estabilización del campo magnético económico social del planeta? ¡Ahora es el momento!
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