Decíamos
ayer que para este nuevo curso que ahora comienza quisiera afianzarme como un
arquitecto de cabecera o de proximidad, cercano a los diferentes grupos
sociales de mi entorno, conocedor de su historia, problemas, necesidades y
deseos; dispuesto a trabajar codo con codo con ellos, a no impartir doctrina
infalible e ininteligible; abierto a una actitud docente sobre Arquitectura;
consciente de la precariedad del medio físico; valiente para defender
soluciones contrarias al sistema establecido, dispuesto a empatizar con el
cliente, a ponerme en su lugar para conocer sus necesidades. Ese parece ser mi loable deseo en ciertos instantes que creo de lucidez. Pero la vida es como es, la
situación en España es…¡la que es! Y un servidor no es un ángel, ni mucho menos
un santo, ni siquiera un monje soldado en defensa de la Arquitectura, conocida
es mi opinión de que en su ejercicio sólo de puede ser ateo, y menos cuando mis
más primarios instintos como ente contingente me incitan constantemente a
procurar mi sustento y el de los míos. Así resulta que recientes experiencias
profesionales tratando de empatizar con posibles clientes han llevado a mi
mente a un estado de conmoción tal que mis sentimientos respecto al modo de
ejercer esta profesión, tan antigua como el más viejo oficio que en el mundo
haya, se han vuelto contradictorios y han entrado en conflicto, de modo que a
día de hoy solo alcanzo a comprender que corro riesgo de padecer el
Bueno,
no se si cláramente síndrome del arquitecto bipolar, pero ciclotímico si que creo
podría adjetivar al conjunto de circunstancias que definen hoy mi estado mental
asociado al ejercicio de la Arquitectura: ¡síndrome del arquitecto ciclotímico!
¡No suena mal: si los arquitectos lo estudiamos y analizamos clínicamente,
quizás una ley futura de servicios profesionales de España (o como se llame el
estado heredero de la calamitosa situación política actual) nos reconozca
competentes para ejercer la medicina!
¿Cuáles
han sido las circunstancias que me han llevado a padecer ocasionalmente este
estado de confusión mental, que se traduce en una lucha interior entre la
indiferencia respecto al cliente y las ganas irrefrenables de ayudarle; entre
los deseos de dar la cara por él donde haga falta y los impulsos de abofetearle;
entre declamar el mejor discurso justificativo posible en defensa del proyecto
que necesita y soltar los improperios más ruines sobre su actitud personal;
entre pensar la Arquitectura que precisa o dibujar cuatro rayas que le permitan
obtener la licencia?
Aunque
hace algún tiempo que venía notando síntomas aislados, todo se aceleró a la
vuelta del verano, a raíz de mantener varias reuniones con comunidades de
vecinos, mis principales clientes en estos tiempos, sobre diferentes
intervenciones a realizar en sus inmuebles. Expondré brévemente los casos.
CASO
1
Comunidad
de Propietarios con dos vecinos afectados de minusvalía que desea eliminar las
barreras arquitectónicas para acceder al inmueble. En la reunión en la que les
explico la posible actuación, ascensor salvaescaleras y pequeña rampa, y su
coste económico, una vecina dice que o el ascensor o la rampa, pero que las dos
cosas no, porque es muy caro y total por dos o tres escalones no pasa nada. Durante
el debate una ambulancia trae a uno de los minusválidos que es ayudado por el
enfermero a acceder a través del portal, en medio de un durísimo silencio. Las
rampas que no quieren poner tienen un coste económico ínfimo; no consigo dar
con la tecla para convencerles de una intervención total. Los vecinos deciden
colocar sólo el salvaescaleras y me echan en cara lo elevado de mis honorarios
en especial, los relacionados con Seguridad y Salud: “¿qué es eso de seguridad
y salud que usted nos dice y que las empresas que hemos contactado no nos han
informado? ¡Seguro que es algo que usted trata de colarnos”. Tras un debate en
el que trato por todos los medios de explicar cláramente todos los extremos de
la obra, doy por perdido el encargo; yo soy un técnico independiente, me debo
al cliente y preciso su confianza; el cliente parece confiar más en una oferta empresarial
barata, plagada de medias verdades, que les ofrece un “llaves en mano” sin
explicar en qué consiste ni sus responsabilidades. Ni falta que les hace.
CASO
2
Gran
comunidad de propietarios de VPO para la que he realizado varios pequeños
trabajos. Desde hace unos meses realizo el seguimiento de unos preocupantes
defectos en la fachada caravista. Cuando les explico que con los datos que
poseo me es imposible afinar más un coste de reparación y que sería preciso
redactar un informe que analizase los defectos, causas y soluciones estalla la
guerra. De entre los más exaltados destaca una voz: "Tu nos quieres
engañar y aprovecharte del problema. Buscamos 4 ó 5 arquitectos, que ahora no
hay trabajo y los hay a montones, y les pedimos una propuesta de intervención.
Nosotros elegiremos aquélla propuesta cuyas obras cuesten menos dinero, total
si sale mal como los arquitectos por ley tenéis un seguro de responsabilidad, si
finalmente los defectos persisten porque la solución no es la adecuada,
demandamos al elegido". Cierro mi carpeta, digo buenas noches, doy media
vuelta y me voy.
CASO
3
Edificio
de 100 viviendas y 40 años de antigüedad al que recientemente se le desprendió
un trozo de losa de balcón sin causar, afortunadamente, daños personales. En la
reunión de comunidad, compuesta en importante porcentaje por jubilados, les
advierto que en inspección visual se detectan varios balcones con defectos
similares al del siniestro y recomiendo una inspección mediante trabajos
verticales para acotar la intervención y su presupuesto, que podría resultar
muy elevado. Estalla el conflicto: “¿Dónde nos quiere llevar usted? ¿No se da
cuenta de que somos jubilados? ¡Además mi balcón no tiene defectos!” Intento
apaciguar el ambiente, decirles que lo que quiero es su seguridad, la mejor
solución al mejor precio; hacerles ver que han tenido una gran suerte de que el
trozo desprendido no lesionara, o algo peor, a nadie, que existe un riesgo
importante para las personas si no intervenimos adecuadamente. En ese instante
una encantadora ancianita, muy bien vestida, no en balde es una reunión de la
comunidad y por tanto un acto social, toma la palabra: “Si, pero yo…es que ¡soy
jubilada!” Señora, le digo, imagine que es usted a la que le puede caer un
trozo de hormigón ¿desde que altura cree usted que el trozo, al caer, no le
hará daño o no la matará? Ella, sin pensarlo contesta: “Pero mi balcón no tiene
problemas ¡Y yo soy jubilada!” Señora, intervengo, ser jubilada no significa
ser indestructible; imagine que es su nieta la que pasa por debajo de…Y de
nuevo me interrumpe para decir: “¡Es que soy jubilada!”. Me callo, no tengo más
argumentos.
CASO
4
Reunión
con los presidentes de las diez escaleras de una gran comunidad de vecinos.
Debatimos la posibilidad de realizar unas catas en las fachadas para determinar
el apoyo del ladrillo sobre el forjado. Ya hemos reforzado provisionalmente algún
lienzo de fábrica. En medio de mi explicación, uno de los presidentes toma la palabra
y me acusa de tratar de asustar a los vecinos para poder dirigir unas obras innecesarias,
las catas, en un momento en que no hay trabajo. Yo reacciono con firmeza ante
tal afirmación, que atenta contra mi dignidad profesional y lejos de recibir el
apoyo del resto de los presidentes y del administrador, recibo silencio e
indiferencia. El individuo que tomó la palabra se envalentona y afirma que es
práctica común en estos tiempos que los arquitectos se inventen la necesidad de
estos trabajos. Finalizo mi intervención y, manteniendo la calma pero
profundamente decepcionado con el resto de los presidentes, en especial con
quienes comprobaron conmigo el estado de las fachadas que reforcé, me despido y
abandono la sala. Al día siguiente hablo con el administrador quien me dice que
no salió en mi defensa porque el asunto no era para tanto y no quería
enemistarse con ese presidente… Doy por finalizada mi relación profesional con
esa comunidad.
Estos
acontecimientos recientes han acelerado las alteraciones en mi ánimo
profesional. Ves los problemas de la gente que acude a tu despacho y cuando
ofreces la solución percibes la desconfianza y el recelo; ofreces tus servicios
a un precio ajustado, asistes a reuniones sin cobrar y te llaman ladrón y
pesetero; cuentas la verdad y te brindas a defender los intereses del afectado
frente a quienes intentan aprovecharse de su necesidad e ignorancia, y recibes
al acusación de que eres tu el que trata de aprovecharse de su problema. De
momento, esto solo se traduce en cambios en mi ánimo: de euforia y energía para
realizar un trabajo profesional que puede resolver el problema de quien acude a
ti a depresión por pérdida de la fe en las personas. ¡Ciclotimia! Pero si dura
mucho más creo que podría afectarme más gravemente: a veces tengo unas
irrefrenables ganas de decir lo que mis instintos más primarios me gritan sobre
las supuestas catas innecesarias y que ¡ójala se desprendiera un trozo de fachada
donde yo dijera!; sobre el egoísmo de la vecina que no quiere eliminar dos
escalones para su vecino minusválido y que ya veríamos que pasaba si le ocurría
a ella un percance que la imposibilitara; o sobre la jubilada que se cree inmortal y la desesperación que
padecería si le pasase algo a su nieta. No, no digo nada, ¡no merece la pena
echar más leña al fuego de la crisis que consume el juicio de las personas! ¡No
quiero abrasar mi propio juicio!
Un
conocido mío, que también se mueve en el mundo de las comunidades de vecinos me
comentaba: “Javier, tu problema es que dices la verdad y cuentas las cosas como
son y siempre quieres actuar como se debería: ¡lo mejor es enemigo de lo bueno!
Yo no te digo que mientas, sólo que les endulces los oídos con lo que quieren oír.
¡Ya te quedará tiempo de modificar lo que debas de modificar, en proyecto o en
obra! Si no lo haces así no te vas a llevar ningún trabajo. ¡Y baja más los
honorarios, que estos son otros tiempos!” Es un buen amigo pero me niego a
aceptar sus consejos, por principio, porque me resisto a considerar a las
personas como tontos, como niños sin criterio; por dignidad profesional, porque
no se puede arrastrar por el lodo una profesión que se debe a las personas si
se quiere ejercer adecuadamente; por futuro, porque no podemos desprestigiar
aún más la arquitectura...¡Por respeto hacia los demás y también hacia mi!
Pese
a todo, he logrado hasta ahora vencer mi lado oscuro, y para ello trato de
ponerme en el lugar de los clientes, tanto de quienes me contratan como de quienes
desestiman mis servicios: son las victimas de esta maldita crisis que no solo
está arruinando nuestra economía sino también nuestros principios. Me niego a
actuar como los políticos, estirando, retorciendo y manipulando la verdad,
cuando no mintiendo directamente, para lograr mis objetivos. La verdad es la
gran víctima de la situación que nos está tocando vivir, cruelmente acosada por
unas clases dirigentes que deberían hacer de ella guía de su actuación y
principio fundamental de su relación con los ciudadanos. Esta obscena
manipulación de la verdad es la principal causa del miedo que los más
desfavorecidos experimentan hoy día, haciéndoles sentir indefensos ante
cualquier contingencia, solos en medio de una muchedumbre tan desnortada como
ellos. Cuando la anciana de la comunidad de vecinos me decía que era una
jubilada, lanzaba a los cuatro vientos, a quien la quisiera escuchar, un
desesperado grito de miedo al futuro y de desconfianza en los estamentos que la
deberían ayudar ahora más que nunca.
Por
otra parte, la sacralización de la libre competencia por nuestros gobernantes,
en una situación de crisis económica y con unos agentes reguladores incapaces
de conjugar objetivamente los valores del beneficio dinerario con los de la
resolución efectiva y duradera de los problemas de la sociedad, ha acabado
convirtiéndola en un esperpento caracterizado por la oferta de servicios de baja
calidad en el que campan a sus anchas intereses espurios de toda índole donde
el dinero es dueño y señor, arte y parte de las decisiones. Desgraciadamente,
este principio de actuación marcara la actividad económica que se consolide
tras la actual crisis y garantizará la siguiente que se sucederá después. ¡No
importa intervenir bien; importa intervenir barato! ¡No se compite buscando más
calidad a igual o menor precio: se compite bajando la calidad para lograr
precios rastreros!
Creo que tener claros los efectos que la crisis está provocando, no
sin resistencia, en la sociedad: el nulo respeto a la verdad, el miedo al
futuro y la consagración del libre mercado como guía absoluta de la actividad
humana con el beneficio como su dios; y el estar convencido de que la verdad,
el aprecio por el trabajo bien hecho y una actitud de servicio han de servir de
guía a la actividad personal y profesional, son los principios que me
salvan de caer en el síndrome del arquitecto bipolar, a mantener mi mente lúcida, a no iniciar mi relación
con los clientes siendo un arquitecto Jekyll que acaba la misma convertido en
un arquitecto Hyde. Eso y escribir estas notas que periódicamente comparto con
quien las quiera leer, y que me hacen sentir que hay otros muchos con los que,
sin saberlo, coincido en pensamientos similares, anhelos comunes, esperanzas de un
futuro mejor; otros arquitectos de cabecera, arquitectos de cercanía,
arquitectos de proximidad, arquitectos de familia a los que no conozco pero que
libran batallas similares a las mías, y que con sus victorias y derrotas me ayudan
a encontrar un cierto equilibrio, a someter la bipolaridad latente en mi estado
de ánimo y a sentirme
¡simplemente un arquitecto!
Agradezco el artículo que supongo, por higiene mental, te ha servido para oxigenarte. Es cierto todo lo que dices. He vivido alguna situación parecida donde la gente racanea por su seguridad pero luego ponen una parabólica que casi supone una hipótesis de carga ella sola.
ResponderEliminarHe vivido dramas de gente que ha racaneado en el seguro de la finca hasta que unas inundaciones se la han llevado por delante (con parabólica y todo) y que encima te echan en cara por qué no les cubre el seguro.
Una situación lamentable la que vivimos pero también es debido a una paupérrima educación, propiciada por los gobiernos que hemos tenido y por una población que ha ido aborregándose cada vez más.
Triste todo. Muy triste.
Felicidades por el escrito
Desgraciadamente, el mundo de las Comunidades es así de miserable . Estan manejadas por Administradores de fincas que, salvo honrosas excepciones, se dedican (ellos si), a evitar "gastos innecesarios" y endulzar los oídos de los vecinos, sin mencionar en momento alguno de sus tediosas reuniones de Juntas de Vecinos la necesidad de MANTENIMIENTO del inmueble -que es algo mas que cambiar las bombillas del descansillo-, ni nada que se le parezca: menos aún el recomendar la asesoría de "un arquitecto de cabecera" que ayude a estudiar, analizar, planificar y establecer las obras pertinentes para la conservación de SU edificio.
ResponderEliminarRespecto a los fieras de las Comunidades,te comentaré una anécdota que espero no te suceda nunca: en una proyecto de supresión de barreras, una vez entregado el documento y en fase de contratación de las obras, la Comunidad nos ninguneó hasta tal extremo que en las copias borró el nombre del estudio y los arquitectos, pare evitar que las contratas supieran quienes eramos y nos consultaran (dias mas tarde, en una reunión, al plantearles el asunto nos reconocieron que se temían que las empresas nos conocieran y chanchullearan con nosotros!!!). Así está el panorama....todo muy triste, tristísimo
Un saludo,