lunes, 14 de octubre de 2013

EL SÍNDROME DEL ARQUITECTO BIPOLAR

Decíamos ayer que para este nuevo curso que ahora comienza quisiera afianzarme como un arquitecto de cabecera o de proximidad, cercano a los diferentes grupos sociales de mi entorno, conocedor de su historia, problemas, necesidades y deseos; dispuesto a trabajar codo con codo con ellos, a no impartir doctrina infalible e ininteligible; abierto a una actitud docente sobre Arquitectura; consciente de la precariedad del medio físico; valiente para defender soluciones contrarias al sistema establecido, dispuesto a empatizar con el cliente, a ponerme en su lugar para conocer sus necesidades. Ese parece ser mi loable deseo en ciertos instantes que creo de lucidez. Pero la vida es como es, la situación en España es…¡la que es! Y un servidor no es un ángel, ni mucho menos un santo, ni siquiera un monje soldado en defensa de la Arquitectura, conocida es mi opinión de que en su ejercicio sólo de puede ser ateo, y menos cuando mis más primarios instintos como ente contingente me incitan constantemente a procurar mi sustento y el de los míos. Así resulta que recientes experiencias profesionales tratando de empatizar con posibles clientes han llevado a mi mente a un estado de conmoción tal que mis sentimientos respecto al modo de ejercer esta profesión, tan antigua como el más viejo oficio que en el mundo haya, se han vuelto contradictorios y han entrado en conflicto, de modo que a día de hoy solo alcanzo a comprender que corro riesgo de padecer el




Bueno, no se si cláramente síndrome del arquitecto bipolar, pero ciclotímico si que creo podría adjetivar al conjunto de circunstancias que definen hoy mi estado mental asociado al ejercicio de la Arquitectura: ¡síndrome del arquitecto ciclotímico! ¡No suena mal: si los arquitectos lo estudiamos y analizamos clínicamente, quizás una ley futura de servicios profesionales de España (o como se llame el estado heredero de la calamitosa situación política actual) nos reconozca competentes para ejercer la medicina!

¿Cuáles han sido las circunstancias que me han llevado a padecer ocasionalmente este estado de confusión mental, que se traduce en una lucha interior entre la indiferencia respecto al cliente y las ganas irrefrenables de ayudarle; entre los deseos de dar la cara por él donde haga falta y los impulsos de abofetearle; entre declamar el mejor discurso justificativo posible en defensa del proyecto que necesita y soltar los improperios más ruines sobre su actitud personal; entre pensar la Arquitectura que precisa o dibujar cuatro rayas que le permitan obtener la licencia?

Aunque hace algún tiempo que venía notando síntomas aislados, todo se aceleró a la vuelta del verano, a raíz de mantener varias reuniones con comunidades de vecinos, mis principales clientes en estos tiempos, sobre diferentes intervenciones a realizar en sus inmuebles. Expondré brévemente los casos.

CASO 1
Comunidad de Propietarios con dos vecinos afectados de minusvalía que desea eliminar las barreras arquitectónicas para acceder al inmueble. En la reunión en la que les explico la posible actuación, ascensor salvaescaleras y pequeña rampa, y su coste económico, una vecina dice que o el ascensor o la rampa, pero que las dos cosas no, porque es muy caro y total por dos o tres escalones no pasa nada. Durante el debate una ambulancia trae a uno de los minusválidos que es ayudado por el enfermero a acceder a través del portal, en medio de un durísimo silencio. Las rampas que no quieren poner tienen un coste económico ínfimo; no consigo dar con la tecla para convencerles de una intervención total. Los vecinos deciden colocar sólo el salvaescaleras y me echan en cara lo elevado de mis honorarios en especial, los relacionados con Seguridad y Salud: “¿qué es eso de seguridad y salud que usted nos dice y que las empresas que hemos contactado no nos han informado? ¡Seguro que es algo que usted trata de colarnos”. Tras un debate en el que trato por todos los medios de explicar cláramente todos los extremos de la obra, doy por perdido el encargo; yo soy un técnico independiente, me debo al cliente y preciso su confianza; el cliente parece confiar más en una oferta empresarial barata, plagada de medias verdades, que les ofrece un “llaves en mano” sin explicar en qué consiste ni sus responsabilidades. Ni falta que les hace.

CASO 2
Gran comunidad de propietarios de VPO para la que he realizado varios pequeños trabajos. Desde hace unos meses realizo el seguimiento de unos preocupantes defectos en la fachada caravista. Cuando les explico que con los datos que poseo me es imposible afinar más un coste de reparación y que sería preciso redactar un informe que analizase los defectos, causas y soluciones estalla la guerra. De entre los más exaltados destaca una voz: "Tu nos quieres engañar y aprovecharte del problema. Buscamos 4 ó 5 arquitectos, que ahora no hay trabajo y los hay a montones, y les pedimos una propuesta de intervención. Nosotros elegiremos aquélla propuesta cuyas obras cuesten menos dinero, total si sale mal como los arquitectos por ley tenéis un seguro de responsabilidad, si finalmente los defectos persisten porque la solución no es la adecuada, demandamos al elegido". Cierro mi carpeta, digo buenas noches, doy media vuelta y me voy.

CASO 3
Edificio de 100 viviendas y 40 años de antigüedad al que recientemente se le desprendió un trozo de losa de balcón sin causar, afortunadamente, daños personales. En la reunión de comunidad, compuesta en importante porcentaje por jubilados, les advierto que en inspección visual se detectan varios balcones con defectos similares al del siniestro y recomiendo una inspección mediante trabajos verticales para acotar la intervención y su presupuesto, que podría resultar muy elevado. Estalla el conflicto: “¿Dónde nos quiere llevar usted? ¿No se da cuenta de que somos jubilados? ¡Además mi balcón no tiene defectos!” Intento apaciguar el ambiente, decirles que lo que quiero es su seguridad, la mejor solución al mejor precio; hacerles ver que han tenido una gran suerte de que el trozo desprendido no lesionara, o algo peor, a nadie, que existe un riesgo importante para las personas si no intervenimos adecuadamente. En ese instante una encantadora ancianita, muy bien vestida, no en balde es una reunión de la comunidad y por tanto un acto social, toma la palabra: “Si, pero yo…es que ¡soy jubilada!” Señora, le digo, imagine que es usted a la que le puede caer un trozo de hormigón ¿desde que altura cree usted que el trozo, al caer, no le hará daño o no la matará? Ella, sin pensarlo contesta: “Pero mi balcón no tiene problemas ¡Y yo soy jubilada!” Señora, intervengo, ser jubilada no significa ser indestructible; imagine que es su nieta la que pasa por debajo de…Y de nuevo me interrumpe para decir: “¡Es que soy jubilada!”. Me callo, no tengo más argumentos.

CASO 4
Reunión con los presidentes de las diez escaleras de una gran comunidad de vecinos. Debatimos la posibilidad de realizar unas catas en las fachadas para determinar el apoyo del ladrillo sobre el forjado. Ya hemos reforzado provisionalmente algún lienzo de fábrica. En medio de mi explicación, uno de los presidentes toma la palabra y me acusa de tratar de asustar a los vecinos para poder dirigir unas obras innecesarias, las catas, en un momento en que no hay trabajo. Yo reacciono con firmeza ante tal afirmación, que atenta contra mi dignidad profesional y lejos de recibir el apoyo del resto de los presidentes y del administrador, recibo silencio e indiferencia. El individuo que tomó la palabra se envalentona y afirma que es práctica común en estos tiempos que los arquitectos se inventen la necesidad de estos trabajos. Finalizo mi intervención y, manteniendo la calma pero profundamente decepcionado con el resto de los presidentes, en especial con quienes comprobaron conmigo el estado de las fachadas que reforcé, me despido y abandono la sala. Al día siguiente hablo con el administrador quien me dice que no salió en mi defensa porque el asunto no era para tanto y no quería enemistarse con ese presidente… Doy por finalizada mi relación profesional con esa comunidad.





Estos acontecimientos recientes han acelerado las alteraciones en mi ánimo profesional. Ves los problemas de la gente que acude a tu despacho y cuando ofreces la solución percibes la desconfianza y el recelo; ofreces tus servicios a un precio ajustado, asistes a reuniones sin cobrar y te llaman ladrón y pesetero; cuentas la verdad y te brindas a defender los intereses del afectado frente a quienes intentan aprovecharse de su necesidad e ignorancia, y recibes al acusación de que eres tu el que trata de aprovecharse de su problema. De momento, esto solo se traduce en cambios en mi ánimo: de euforia y energía para realizar un trabajo profesional que puede resolver el problema de quien acude a ti a depresión por pérdida de la fe en las personas. ¡Ciclotimia! Pero si dura mucho más creo que podría afectarme más gravemente: a veces tengo unas irrefrenables ganas de decir lo que mis instintos más primarios me gritan sobre las supuestas catas innecesarias y que ¡ójala se desprendiera un trozo de fachada donde yo dijera!; sobre el egoísmo de la vecina que no quiere eliminar dos escalones para su vecino minusválido y que ya veríamos que pasaba si le ocurría a ella un percance que la imposibilitara; o sobre la jubilada que se cree inmortal y la desesperación que padecería si le pasase algo a su nieta. No, no digo nada, ¡no merece la pena echar más leña al fuego de la crisis que consume el juicio de las personas! ¡No quiero abrasar mi propio juicio!

Un conocido mío, que también se mueve en el mundo de las comunidades de vecinos me comentaba: “Javier, tu problema es que dices la verdad y cuentas las cosas como son y siempre quieres actuar como se debería: ¡lo mejor es enemigo de lo bueno! Yo no te digo que mientas, sólo que les endulces los oídos con lo que quieren oír. ¡Ya te quedará tiempo de modificar lo que debas de modificar, en proyecto o en obra! Si no lo haces así no te vas a llevar ningún trabajo. ¡Y baja más los honorarios, que estos son otros tiempos!” Es un buen amigo pero me niego a aceptar sus consejos, por principio, porque me resisto a considerar a las personas como tontos, como niños sin criterio; por dignidad profesional, porque no se puede arrastrar por el lodo una profesión que se debe a las personas si se quiere ejercer adecuadamente; por futuro, porque no podemos desprestigiar aún más la arquitectura...¡Por respeto hacia los demás y también hacia mi!

Pese a todo, he logrado hasta ahora vencer mi lado oscuro, y para ello trato de ponerme en el lugar de los clientes, tanto de quienes me contratan como de quienes desestiman mis servicios: son las victimas de esta maldita crisis que no solo está arruinando nuestra economía sino también nuestros principios. Me niego a actuar como los políticos, estirando, retorciendo y manipulando la verdad, cuando no mintiendo directamente, para lograr mis objetivos. La verdad es la gran víctima de la situación que nos está tocando vivir, cruelmente acosada por unas clases dirigentes que deberían hacer de ella guía de su actuación y principio fundamental de su relación con los ciudadanos. Esta obscena manipulación de la verdad es la principal causa del miedo que los más desfavorecidos experimentan hoy día, haciéndoles sentir indefensos ante cualquier contingencia, solos en medio de una muchedumbre tan desnortada como ellos. Cuando la anciana de la comunidad de vecinos me decía que era una jubilada, lanzaba a los cuatro vientos, a quien la quisiera escuchar, un desesperado grito de miedo al futuro y de desconfianza en los estamentos que la deberían ayudar ahora más que nunca.

Por otra parte, la sacralización de la libre competencia por nuestros gobernantes, en una situación de crisis económica y con unos agentes reguladores incapaces de conjugar objetivamente los valores del beneficio dinerario con los de la resolución efectiva y duradera de los problemas de la sociedad, ha acabado convirtiéndola en un esperpento caracterizado por la oferta de servicios de baja calidad en el que campan a sus anchas intereses espurios de toda índole donde el dinero es dueño y señor, arte y parte de las decisiones. Desgraciadamente, este principio de actuación marcara la actividad económica que se consolide tras la actual crisis y garantizará la siguiente que se sucederá después. ¡No importa intervenir bien; importa intervenir barato! ¡No se compite buscando más calidad a igual o menor precio: se compite bajando la calidad para lograr precios rastreros!

Creo que tener claros los efectos que la crisis está provocando, no sin resistencia, en la sociedad: el nulo respeto a la verdad, el miedo al futuro y la consagración del libre mercado como guía absoluta de la actividad humana con el beneficio como su dios; y el estar convencido de que la verdad, el aprecio por el trabajo bien hecho y una actitud de servicio han de servir de guía a la actividad personal y profesional, son los principios que me salvan de caer en el síndrome del arquitecto bipolar, a mantener mi mente lúcida, a no iniciar mi relación con los clientes siendo un arquitecto Jekyll que acaba la misma convertido en un arquitecto Hyde. Eso y escribir estas notas que periódicamente comparto con quien las quiera leer, y que me hacen sentir que hay otros muchos con los que, sin saberlo, coincido en pensamientos similares, anhelos comunes, esperanzas de un futuro mejor; otros arquitectos de cabecera, arquitectos de cercanía, arquitectos de proximidad, arquitectos de familia a los que no conozco pero que libran batallas similares a las mías, y que con sus victorias y derrotas me ayudan a encontrar un cierto equilibrio, a someter la bipolaridad latente en mi estado de ánimo y a sentirme


¡simplemente un arquitecto!


2 comentarios:

  1. Agradezco el artículo que supongo, por higiene mental, te ha servido para oxigenarte. Es cierto todo lo que dices. He vivido alguna situación parecida donde la gente racanea por su seguridad pero luego ponen una parabólica que casi supone una hipótesis de carga ella sola.
    He vivido dramas de gente que ha racaneado en el seguro de la finca hasta que unas inundaciones se la han llevado por delante (con parabólica y todo) y que encima te echan en cara por qué no les cubre el seguro.
    Una situación lamentable la que vivimos pero también es debido a una paupérrima educación, propiciada por los gobiernos que hemos tenido y por una población que ha ido aborregándose cada vez más.
    Triste todo. Muy triste.

    Felicidades por el escrito

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  2. Desgraciadamente, el mundo de las Comunidades es así de miserable . Estan manejadas por Administradores de fincas que, salvo honrosas excepciones, se dedican (ellos si), a evitar "gastos innecesarios" y endulzar los oídos de los vecinos, sin mencionar en momento alguno de sus tediosas reuniones de Juntas de Vecinos la necesidad de MANTENIMIENTO del inmueble -que es algo mas que cambiar las bombillas del descansillo-, ni nada que se le parezca: menos aún el recomendar la asesoría de "un arquitecto de cabecera" que ayude a estudiar, analizar, planificar y establecer las obras pertinentes para la conservación de SU edificio.

    Respecto a los fieras de las Comunidades,te comentaré una anécdota que espero no te suceda nunca: en una proyecto de supresión de barreras, una vez entregado el documento y en fase de contratación de las obras, la Comunidad nos ninguneó hasta tal extremo que en las copias borró el nombre del estudio y los arquitectos, pare evitar que las contratas supieran quienes eramos y nos consultaran (dias mas tarde, en una reunión, al plantearles el asunto nos reconocieron que se temían que las empresas nos conocieran y chanchullearan con nosotros!!!). Así está el panorama....todo muy triste, tristísimo
    Un saludo,

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