martes, 23 de julio de 2013

HE TENIDO UN SUEÑO

¡Otra noche sin descansar! Creo que he dormido un rato, pues la radio sigue sonando en el silencio de la noche, como cuando era estudiante, y compruebo en las cifras luminosas del reloj que falta mucho para que amanezca. Ya no se que postura tomar, como ponerme en la cama. El calor es agobiante, el sudor empapa la almohada y su olor acre me repugna. ¡Dios! ¿Qué están emitiendo? No es un programa de terror pero me sobrecoge el relato de la persona que cuenta su experiencia. ¡Y esa extraña sensación de picor por todo el cuerpo! No encuentro una emisora amable y apago la radio. Me enervo más aún, pues sólo escucho mis pensamientos que por alguna razón se centran en mi trabajo, bueno en la ausencia del mismo. ¡Y el picor! ¡Vueltas y más vueltas! Cada vez estoy más nervioso, y mis pensamientos se repiten en un ciclo sin fin, ¡mañana tengo que presentar una propuesta de honorarios de un lote de certificaciones energéticas para una entidad financiera y si quiero tener alguna posibilidad de llevarme el trabajo, he de presentar honorarios basura, perder dinero y no ofertar calidad! De nuevo esa sensación tan desagradable por todo el cuerpo, como si la cama estuviera llena de migas de pan seco. Pan seco, pan seco... ¡repentinamente, mi mente se llena de imágenes inconexas, que fluyen sin control en la negrura que transmiten al cerebro mis ojos cerrados! He debido de soñar, me he quedado traspuesto al poco de acostarme y he tenido un mal sueño.



Empiezo a recordar, a recomponer los fragmentos oníricos. Había un cercado en medio de un secarral. Yo lo veía todo desde arriba, como si flotara, pero notaba el calor que un sol de justicia producía en la escena. Un viento seco y caliente que levantaba nubes de polvo blancuzco, arrastraba capitanas hasta la empalizada. A la izquierda, bajo unos andrajos, dormitaban varios perros, todos de diferente raza, pero tan escuálidos, famélicos, sucios y llenos de parásitos, que era imposible identificar de qué raza era cada uno, ya que, salvo por el tamaño, todos parecían el mismo.

¿Cuántos perros había? Yo contaba diecisiete, pero puede que hubiera más. ¿Quién los había encerrado? ¿Porqué? Me fijé en la actitud de los más grandes, que uno podía imaginar buenos ejemplares de raza si estuvieran bien cuidados o tuvieran buen señor. Su actitud era más indolente que la del resto de canes, pues ni siquiera movían el rabo para espantar las decenas de moscas que hurgaban sus pústulas y ni se inmutaban ante las que se arrimaban a la humedad de sus párpados.

Fue entonces cuando desde mi puesto de observador privilegiado los vi acercarse. Eran dos personas, ni jóvenes ni viejas, ni altos ni bajos, no sabría decir si hombres o mujeres, que portaban un pequeño saco. Repentinamente, uno de ellos emitió un agudo silbido y, como impulsados por un resorte, todos los perros se levantaron y, presos de un frenesí inconcebible solo unos segundos antes, brincaban corrían y ladraban llenos de vigor y energía, arremolinándose en el centro del corral.

Al llegar al cercado, uno de los individuos desató el saquete de yute y el otro extrajo de su interior lo que parecía un cuscurro de pan seco, que exhibió ante la jauría, provocando que los perros se acercaran en tropel hacia las inmediaciones del lugar que ocupaban. Los perros estaban ahora fuera de sí, saltando unos sobre otros y abalanzándose sobre la empalizada, tratando de alcanzar el pequeño pedazo de pan seco, empezando a morderse unos a otros.

Sin más, el otro de los personajes lanzó, entre risotadas, el contenido del saco al centro del cercado. No más de cinco cuscurros de pan cayeron sobre la tierra polvorienta, y los perros, poseídos por un  hambre inconcebible y un frenético instinto de supervivencia se abalanzaron sobre ellos, creando un pandemónium de ladridos, aullidos y mordiscos que hacía inaudibles las carcajadas de los dos individuos. Los perros pequeños, ágiles y rápidos, los grandes más torpes y lentos, todos revueltos luchaban por conseguir el pan seco.

El corral se convirtió en una orgía de violencia, lucha, sangre, dolor y muerte, en la que los perros sacaban fuerzas de donde no las tenían para tratar de alcanzar uno de los cuscurros. Un perro grande logró apoderarse del ansiado manjar, y cuando trataba de alejarse para comérselo un perrillo salido de no se sabe donde le mordió el cuello y ¡crash! el pan seco se rompió en mil pedazos que quedaron esparcidos en la arena; otros trozos se aplastaban ¡crash! bajo el peso de perros que caían sobre ellos, zarandeados en el fragor de la lucha; varios perros trataban de hacerse con un gran cuscurro y sus patas lo desplazaban de aquí para allá, ensuciándolo de tierra y excremento y ¡crash! el pan se convirtió en migajas. La lucha continuaba, cada vez más feroz, mientras los cuscurros de pan se convertían, uno a uno, en pequeñas migajas.

Repentinamente volvió a reinar el silencio en la empalizada, solo roto por lastimeros aullidos de dolor. Varios perros, revoltijos de sangre y carne desollada, habían muerto, y la tierra del corral, antes blanca y polvorienta, aparecía húmeda y roja por la sangre de las pobres bestias. Ni uno solo de los cuscurros de pan había podido ser comido por los desdichados animales.

Yo había observado todo el desagradable acto desde mi posición, compungido e incapaz de intervenir, como obligado a mirar por una fuerza superior. Ya no sabía donde dirigir mis ojos para no ver tanto sufrimiento, tanto sin sentido, tanta muerte. Y en ese momento los vi: eran pequeños, negros como el azabache y parecía que entre ellos no existía rivalidad. Saltando sobre la arena unos pequeños pájaros recogían confiados las migajas de pan que salpicaban todo el corral. Y el sonido de sus gorjeos se hizo dueño de la escena, anunciando la llegada de los grandes carroñeros dispuestos a darse un festín con los cadáveres de los perros.




¡He podido reconstruir todo el sueño! Ha sido amargo pero, en cierto modo estoy más tranquilo pues explica la angustia, la picazón que siento en mi cuerpo y el obsesivo ciclo repetitivo de mis pensamientos. Parece que he dejado de sudar. Vuelvo a encender la radio; el programa de testimonios ha acabado y suena una trompeta muy agradable ¡espera! ¡Es la misma canción que escuchaba, aquellas noches sin dormir por una entrega de proyectos, cuando acababan las emisiones radiofónicas, Dolannes melody! ¡Recuerdo que cuando sonaba la trompeta, abría la ventana de mi habitación, en el CMU Luis Vives de Valencia, y respirando profundamente el aire fresco de la noche, miraba la ciudad, oscura y silenciosa, sintiéndome el rey del mundo, capaz de conseguir todo lo que me propusiera, de concebir los mejores proyectos jamás diseñados, de hacer feliz a mucha gente!

La música me transporta a aquellos años ochenta. ¡cuántos han pasado!, con mis compañeros Justo y Miguel, con nuestros diseños conjuntos, nuestras discusiones y acuerdos. Como entonces, sigo pensando que mi mejor proyecto está por hacer, que en cada trabajo has de obrar con sinceridad, tanto en la pequeña reparación como en el gran equipamiento, sembrando en el peor de los casos pequeñas mejoras que el cliente vivirá y tu recogerás en el siguiente proyecto…Ahora no hay apenas trabajo, y el que hay es tan malo e inconsistente como el pan seco de mi sueño. ¡No todo ha de ser juzgado en términos de rentabilidad económica! ¡Quiero recuperar a la persona como medida de las cosas! ¡Quiero volver a ser aquel joven estudiante idealista!

La canción está acabando. Poco a poco una sensación de tranquilidad ha comenzado apoderarse de mi espíritu. No sudo y ya no siento esa picazón. Creo que no voy a presentar mi oferta de certificación energética, no quiero morir ni matar ni servir de alimento a carroñeros por un trabajo corrompido que ha nacido muerto por una visión extremadamente miope de los dirigentes del país a los que la calidad, el trabajo bien hecho y el beneficio social les importa un bledo. Noto como se me cierran los ojos y la paz invade mi espíritu. Todo gracias a que

HE TENIDO UN SUEÑO

2 comentarios:

  1. Querido Javier:

    Tu sueño es absolutamente ilustrativo y clarificador, Como me recuerda tu insomni al mio propio y tus reflexiones a las mías.
    Como tu, yo también he tenido que dar presupuestos basura. Estoy haciendo certificaciones energéticas por unos honorarios que no son sino migajas miserables que no compensan nada. Además, como no soy capaz de reducir la dedicación y la calidad de mi trabajo, por que así me enseñaron, creo que en cada una pierdo dinero. Tras leer tu sueño creo que no voy a volver a hacer certificaciones por debajo de honorarios que considere razonables. Total, si con lo que ahora cobro no voy a salir de pobre.

    Muchas gracias por transmitirnos tu sueño que no es sino una reflexión sobre la realidad crudísima de lo que está ocurriendo en nuestra profesión; seguro que, también, en muchas otras.

    Mientras tanto, yo, como supongo que la mayoría de los arquitectos españoles, seguiré con mis insomnios tratando de reinventarme, tratando de descubrir nuevas formas de trabajo, tratando de sobrevivir en esta profesión, ya que, por gracia o por desgracia, dedicamos muchos años de nuestra vida a formarnos como arquitectos y dificilmente somo capaces de abandonar esta bellísima profesión que tenemos impregnada hasta lo más profundo.

    Quiero pensar que esto supone que seguimos vivos y que mientras hay vida hay esperanza.

    Un abrazo a todos los que, como nosotros, dormimos poco por el desvelo de la angustia y la preocupación. Antes era por el exceso de trabajo, así que nos piya acostumbrados a pocas horas de sueño.

    Sigamos adelante y pensemos: ¡Sí, sepuede!!!

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  2. Hola: Acabo de leer este "post" -que, nunca es tarde- y me quedo con la decisión final de no presentar oferta. Ahí está la clave, nadie debería hacerlo.
    Ya sé que es muy difícil, pero en última instancia, cuando todo se ha intentado, yo prefiero morir antes que matar.

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