Recientemente
el Gobierno de España ha tenido a bien publicar nuevas herramientas informáticas
¡otras más! para los arquitectos y demás profesionales que redactan proyectos
de construcción: una reprogramación de la herramienta informática de cálculo
del Documento Básico de protección frente al ruido DB-HR; el programa unificado
LIDER-CALENER y la adaptación de estas aplicaciones a los cambios introducidos
por el Documento Básico ahorro de Energía DB-HE del año 2013. Después de una
primera toma de contacto con los programas, he procurado mantener mi compostura
mental, respirar profundamente, convencerme a mi mismo de que después del
pertinente cursillo los sabré manejar con incomparable destreza, aunque no se
sobre qué, y me he resignado a aceptar, a regañadientes, el signo de los
tiempos: creer en la bondad de unas aplicaciones informáticas de las que
desconozco todo, desde el cómo están hechas hasta los criterios de cálculo y
posterior comparación con los modelos edificatorios tomados como referencia y
en las que sólo intervengo para introducir datos. Serán cosas de la edad, pero mis
ojos se han quedado fijos en la única mesa de dibujo propiamente dicha que
queda en mi estudio, y he añorado los primeros años de ejercicio profesional,
cuando no podía permitirme el lujo de tener un ordenador. Y me he emocionado al
recordar las
En
aquel momento profesional yo llevaba, literalmente, las riendas del modo de
producción en mi estudio; tenía el control físico y numérico de lo que proyectaba:
dibujos reales con líneas reales; tangencias calculadas o engañadas con
plantilla; papeles sulfurizados y vegetales de varios gramajes, con dibujos en
una y otra cara de la misma lámina; lápices superafilados del 4H o más y estilógrafos
de grosores ultrafinos ¡que maravilloso era el 0,13, cuán poco duraba la
puntera y que onerosa era la condenada!; sombras mediante rayados con distinta
separación y huyendo siempre de las tramas, que no me gustaban; esquemas de
pórticos con estimación inicial de los diagramas de cortantes y flectores, a la
espera de calcular mediante el método de Cross o, yo lo prefería, su variante
el método de Kani, que permitía obtener un resultado correcto aún equivocándote
en una iteración; las tablas del Montoya para armar las viga y pilares; el
libro de cálculo de forjados de edificación de Calavera; los problemas de
armado de zapatas excéntricas hechos en clase de Bernardo Perepérez y que me
acompañaban en todos mis trabajos; el cálculo del Kg del edificio, todo lo rudimentarios
que se quiera pero que tu controlabas suma a suma, multiplicación a
multiplicación, centímetro a centímetro de espesor de aislante…Horas y horas de
trabajo, por el día y por la noche; tazas y tazas de café siempre acompañado
por la radio. Podía venir el apagón universal, pero los proyectos habrían
salido de mi despacho listos para construirse.
Más
allá de la bondad arquitectónica, y monetaria, de cada proyecto, mi mente
gozaba del placer de controlar el edificio, sus dimensiones y la
conmensurabilidad de las partes que lo componían, al medio centímetro; sobre
todo al momento de acotar sobre el plano y comprobar que, si hubiera querido,
así las habría podido rotular. Sabía intuitivamente como iba a deformar la
estructura, y se trataba de comprobar numéricamente el valor de las flechas. Verificar
que el cálculo de la estructura, manual por supuesto, confirmaba el predimensionado
previo realizado a sentimiento, te llenaba de orgullo y satisfacción; comprobar
que te habías equivocado, te hacia mentar la madre de más de uno.
Yo
sabía que este procedimiento no era, sin embargo, sostenible para dar una
respuesta adecuada en tiempo al cliente ni para que mi estudio creciera y
progresara. Tampoco era muy bueno para la salud y la vida familiar. Quería
ahorrar para informatizar el despacho, creía en las nuevas tecnologías
aplicadas a la producción de arquitectura, confiaba en las infinitas
posibilidades que se abrían con las nuevas herramientas. Y poco a poco fui haciéndome
con ellas.
Mi
programa CAD me permitió controlar ya no el medio centímetro sino el medio
milímetro, o menos si quería; y las posibilidades gráficas y de diseño crecían
exponencialmente, permitiéndome diseños imposibles de acometer a mano. Los
programas de cálculo de estructuras simplificaban enormemente la tarea, sobre
todo el armado de las secciones y su dibujo, y sólo había que ser consciente de
los fundamentos del programa y examinar detenidamente los listados de salida para
detectar resultados erróneos, independientemente de los fallos de diseño que,
correcta o incorrectamente, el programa señalaba. Las herramientas
informáticas de cálculo empezaban a mostrar el punto débil de la tecnología: ya
no eras tu quien calculaba, sino una máquina programada por equipos de personas
que adoptaron unas determinadas hipótesis con las que se podía abarcar gran
parte de los casos reales, pero no toda la realidad. Comprendí que la labor del
usuario corría el riesgo de limitarse a saber como comunicarse con la máquina,
qué teclas hay que pulsar y que casillas hay que elegir.
Los
programas informáticos se han hecho más y más completos, con más y más
versiones en cada vez menos lapso de tiempo, logrando prestaciones
inimaginables solo hace unos años. Esto nos ha llevado a muchos a consumir gran
parte de nuestro esfuerzo de formación continua no tanto en asimilar nuevos
conceptos técnicos, la parte más sencilla, como en aprender el manejo de estas
poderosas, y de rápida evolución, herramientas informáticas. Damos por sentado
que el programa calcula tal y como lo haríamos nosotros, ecuación a ecuación,
matriz a matriz, pero infinitamente más rápido; y realmente no sabemos qué hace de verdad la máquina. La rapidez con que se nos exige los resultados de nuestro
trabajo es la coartada perfecta para vendernos herramientas con las que sólo es
necesario aprender a introducir los datos. Y eso nos hace despreocuparnos de
los procesos, confiar en montones de listados que cada vez comprendemos menos. El
desarrollo tecnológico, las exigencias de la sociedad y la lógica económica imperante
en la misma así lo han querido. Como Fausto, hemos vendido nuestra alma.
Coincidente
en el tiempo con este fenómeno, y relacionado también con las exigencias sociales
de confort y desarrollo, surge imparable el establecimiento de un creciente cuerpo
normativo destinado a garantizar un cierto nivel de calidad sobre cómo se debe construir
en cada situación y sobre la características de los diferentes elementos
constructivos, regulando las exigencias de los materiales y las técnicas de
construcción, que cristalizan en la ley de Ordenación de la Edificación primero
y en el denominado Código Técnico de la Edificación, CTE, finalmente. El
desaforado crecimiento de la construcción en el país; los cortos periodos de
tiempo de materialización de los procesos proyectuales y de construcción; la
pérdida del saber constructivo tradicional, minusvalorado frente a la necesidad
de mano de obra aunque careciera de formación, nos llevó a saludar con
esperanza inicial el contenido del Código Técnico de la Edificación, en el que
deseábamos encontrar un respaldo a nuestras exigencias de orden, rigor, calidad
y sentido común para la construcción, reforzando nuestra labor de directores de
obra frente a los ataques continuos del beneficio económico como guía único del
proceso.
Pero
no fue así. El CTE resulto un ingente e inabordable documento escrito, con una
farragosa y desafortunada prosa mezcla de lenguaje técnico y jurídico, con
escasa información gráfica (lo que chirría al ser una regulación dirigida a
oficios que se expresan mediante el dibujo) dividido en compartimentos que
deberían de haber estado absolutamente interrelacionados y que muchas veces son
contradictorios o directamente incoherentes; lleno de párrafos ininteligibles,
con múltiples referencia a normas privadas (pues eso son las UNE), y con fórmulas,
tablas y coeficientes para las que es necesario realizar un acto de fe. Se
señalan procedimientos de control de recepción, de aceptación, de marcado
normativo, de calidad… que desprecian la realidad de la tradición constructiva
local y los materiales tradicionales, en ocasiones la verdadera solución
constructiva sostenible en nuestros territorios, sancionada por los años y
depurada por el saber de artesanos, albañiles y arquitectos generación tras
generación. Se dice que el CTE es una herramienta prestacional, pero la
principal prestación que se detecta muchas veces es la facilidad de encontrar
siempre algo que hemos incumplido en nuestros trabajos, facilitando así la
labor litigante de quien nos reclama responsabilidades.
De
nuevo, una gran parte de nuestros esfuerzos profesionales se dirigió a comprender
y a asimilar los contenidos del CTE, ingente tarea realizada en poco tiempo y
no sin gran gasto en dinero y en aspirinas o paracetamol. Como resultado, hemos
aprendido no a construir mejor, sino a escribir unas extensísimas memorias de
proyecto, en las que nos hacemos la ilusión de cumplir todas y cada una de las
exigencias del CTE que garantizan las prestaciones del edificio y que, por otra
parte, resultan de una dificultad enorme para su utilización en el trabajo por
los agentes de la construcción.
Y por
vez primera, una normativa de edificación contiene herramientas informáticas
para comprobar y garantizar, en exclusiva, su cumplimiento. Y si bien en las
primeras versiones normativas había procedimientos simplificados que poder
utilizar a mano, con las últimas se niega tal posibilidad. Proporcione usted
los datos al ordenador y saldrá el cumplimiento o no del documento DB-HE, la
etiqueta correspondiente de la calificación energética, el aislamiento frente
al ruido. Todo el articulado del nuevo DB es muy bonito, hasta estoy de acuerdo
casi en su totalidad, pues hace 25 años que trato de edificar de un modo
sostenible, eficiente, agradable, racional, adaptado al lugar y al clima y
económicamente posibilista. Pero ¿Dónde queda el calculista? ¿Dónde la actitud
técnica del arquitecto? ¿No estamos dando la razón a quien nos dice que
cobramos mucho por limitarnos a darle a una tecla para obtener los resultados? ¿Podemos
permitirnos el lujo en nuestros pequeños estudios de obtener la conformidad del
promotor para, bajo nuestra responsabilidad, optar por soluciones alternativas
que se aparten total o parcialmente de los contenidos de los DB, tal y como
permite el CTE?
Me apuntaré
a un cursillo sobre los nuevos programas, tal y como hice con las anteriores,
igual que con cada documento del CTE. Como la situación actual es la que es,
apenas tendré ocasión de utilizar las nuevas herramientas, y no podré hasta
pasado algún tiempo contrastar los resultados obtenidos con nada que no sea mi
sentido común; tampoco lo pude hacer con los anteriores programas, la escasez
de encargos apenas me ha permitido usarlos. Seguro que la introducción de datos
tiene algún truquillo para evitar errores, y será casi igual a como se hacía
antes, pero habrá que activar una casilla diferente. Tampoco he de preocuparme
mucho, pues en poco tiempo habrá nuevas modificaciones…
Los
tiempos pasados no fueron mejores, fueron distintos, con problemas, necesidades
e inquietudes diferentes. El cúmulo de normativas, nuevos programas,
modificaciones, modificaciones incompletas y periodos de coexistencia de
normativas con los que nos obsequia la administración me ha retrotraído, por
similitud primordial, a tiempos de trabajo escaso y prácticamente artesano,
frente al paralex de mi mesa y con una taza de café al lado, en los que deseaba
poder informatizar mi despacho y ganar tiempo para dedicarlo a las tareas
creativas de proyecto, y a otros proyectos, frente al tedioso y repetitivo
trabajo de ciertos cálculos y dibujos. Quisimos mejorar y mejoramos, aunque
como en toda obra humana, todo es perfeccionable: ¡Quién iba a decirme que el
futuro iba a concederme el deseo de consolidar mi despacho a cambio de perder progresivamente
control efectivo sobre mi trabajo y dedicarme, cada vez más, a redactar
memorias, anexos de cumplimiento y certificaciones sin fin; a utilizar
programas informáticos obligatorios de los que desconozco casi todo y que
finalmente se limitan a dar un resultado! Al hilo de la actualidad, sin temor a
equivocarme puedo decir, y digo, que
¡No era eso, no era eso!
Os recomiendo el escrito “VISIÓN CRÍTICA DE LA NORMATIVA REFERENTE A LA EDIFICACIÓN” de nuestros compañeros Enrique
Tejero Juez y Fernando García Monzón, quienes hablan mucho mejor que yo de los
temas que aquí hemos tratado.
Totalmente de acuerdo con esta reflexión, que no pretende evocar mejores tiempos pasados, porque tampoco lo eran tanto, pero sí poner en evidencia la estulticia de nuestro tiempo, caracterizada por el fervor casi religioso a todo lo que huela a "bites", aunque nadie entienda como funcionan esos malditos cacharros, que nos solucionan la vida pero nos privan del placer de controlarla. Esta reflexión que muchos compañeros compartimos, porque cada uno de nosotros nos la hemos hecho en algún momento, es lo que caracteriza nuestra formación de arquitectos, nos han formado para controlar, no para ser controlados, nos han formado para resolver, no para recibir las soluciones ciegamente de de una máquina. Es preciso que sigamos cultivando, fieramente si es preciso, nuestra más importante seña de identidad profesional, si no queremos ser reconvertidos en meros ingenieros.
ResponderEliminarEmotivo relato de un proceso que creo que tantos compartimos.
ResponderEliminarLamentablemente, cada vez tenemos que dedicar más tiempo a crear una elefantiásica documentación, que si para nosotros una parte de ella es cada vez más ininteligible !como va a ser para el resto¡.
En mi humilde opinión, el proyecto en su conjunto se está convirtiendo en una “partitura” cada vez más inútil, porque no sirve como elemento de transmisión al resto de implicados de lo que se desea ejecutar. Y si no sirve para el resto ¿para que demonios tenemos que escribir un libro que solo nos tenga casi solo a nosotros de lectores?, como bien dices, por la asunción de responsabilidades.
Además nos quita tiempo para dedicarlo a aquello en lo que más podemos aportar nosotros, que es nuestra visión y trabajo de arquitectos, adaptados a los tiempos que vivimos.
Cafeína y paralex .... buen título.
Fernando
efectivamente!
Eliminarel proceso inflacionario que han sufrido los proyectos no han comportado una mejora de la calidad del producto, sino una progresiva introduccion de ruido que ha implicado la perdida de vision global, eso que llamabamos arquitectura, que se ha queriido confundir con el proceso de edificación.
y no es lo mismo.
asi nos va.
¡No era eso, no era eso!
ResponderEliminarY sin embargo esto de ahora es lo de siempre, puro negocio. El negocio de los "másters" (qué pobre suena en castellano ¿verdad?cursos de formación específica), que casi nada aportan más que beneficio para unos pocos.
Y más normas y, con ellas, más programas, y más libros, y más seminarios, y más propaganda...es la nueva reconversión industrial..mientras estudiamos ocupamos tiempo y nos distraemos del poco trabajo que hay y del poco respeto que existe por él y por los profesionales. Y, sobre todo, no protestamos. Pero este es otro cantar...Música, maestro.
los dichosos programillas reducen al técnico, a mero operador, recopilador e introductor de datos;
ResponderEliminaralimento de unos algorismos ignotos que devuelven resultados acriticos.
estamos sin metodo, ni sistema de calculo alternativo,
y, por tanto, incapacitados para verificar.
implican una confianza ciega en el instrumento
(el insumergible titanic no completo su primera travesia)
todo ello supone la muerte del metodo cientifico y la vuelta al oscurantismo.
creedme, estamos en malas manos!