martes, 8 de abril de 2014

NOCHES DE CAFEÍNA Y PARALEX

Recientemente el Gobierno de España ha tenido a bien publicar nuevas herramientas informáticas ¡otras más! para los arquitectos y demás profesionales que redactan proyectos de construcción: una reprogramación de la herramienta informática de cálculo del Documento Básico de protección frente al ruido DB-HR; el programa unificado LIDER-CALENER y la adaptación de estas aplicaciones a los cambios introducidos por el Documento Básico ahorro de Energía DB-HE del año 2013. Después de una primera toma de contacto con los programas, he procurado mantener mi compostura mental, respirar profundamente, convencerme a mi mismo de que después del pertinente cursillo los sabré manejar con incomparable destreza, aunque no se sobre qué, y me he resignado a aceptar, a regañadientes, el signo de los tiempos: creer en la bondad de unas aplicaciones informáticas de las que desconozco todo, desde el cómo están hechas hasta los criterios de cálculo y posterior comparación con los modelos edificatorios tomados como referencia y en las que sólo intervengo para introducir datos. Serán cosas de la edad, pero mis ojos se han quedado fijos en la única mesa de dibujo propiamente dicha que queda en mi estudio, y he añorado los primeros años de ejercicio profesional, cuando no podía permitirme el lujo de tener un ordenador. Y me he emocionado al recordar las




En aquel momento profesional yo llevaba, literalmente, las riendas del modo de producción en mi estudio; tenía el control físico y numérico de lo que proyectaba: dibujos reales con líneas reales; tangencias calculadas o engañadas con plantilla; papeles sulfurizados y vegetales de varios gramajes, con dibujos en una y otra cara de la misma lámina; lápices superafilados del 4H o más y estilógrafos de grosores ultrafinos ¡que maravilloso era el 0,13, cuán poco duraba la puntera y que onerosa era la condenada!; sombras mediante rayados con distinta separación y huyendo siempre de las tramas, que no me gustaban; esquemas de pórticos con estimación inicial de los diagramas de cortantes y flectores, a la espera de calcular mediante el método de Cross o, yo lo prefería, su variante el método de Kani, que permitía obtener un resultado correcto aún equivocándote en una iteración; las tablas del Montoya para armar las viga y pilares; el libro de cálculo de forjados de edificación de Calavera; los problemas de armado de zapatas excéntricas hechos en clase de Bernardo Perepérez y que me acompañaban en todos mis trabajos; el cálculo del Kg del edificio, todo lo rudimentarios que se quiera pero que tu controlabas suma a suma, multiplicación a multiplicación, centímetro a centímetro de espesor de aislante…Horas y horas de trabajo, por el día y por la noche; tazas y tazas de café siempre acompañado por la radio. Podía venir el apagón universal, pero los proyectos habrían salido de mi despacho listos para construirse.

Más allá de la bondad arquitectónica, y monetaria, de cada proyecto, mi mente gozaba del placer de controlar el edificio, sus dimensiones y la conmensurabilidad de las partes que lo componían, al medio centímetro; sobre todo al momento de acotar sobre el plano y comprobar que, si hubiera querido, así las habría podido rotular. Sabía intuitivamente como iba a deformar la estructura, y se trataba de comprobar numéricamente el valor de las flechas. Verificar que el cálculo de la estructura, manual por supuesto, confirmaba el predimensionado previo realizado a sentimiento, te llenaba de orgullo y satisfacción; comprobar que te habías equivocado, te hacia mentar la madre de más de uno.

Yo sabía que este procedimiento no era, sin embargo, sostenible para dar una respuesta adecuada en tiempo al cliente ni para que mi estudio creciera y progresara. Tampoco era muy bueno para la salud y la vida familiar. Quería ahorrar para informatizar el despacho, creía en las nuevas tecnologías aplicadas a la producción de arquitectura, confiaba en las infinitas posibilidades que se abrían con las nuevas herramientas. Y poco a poco fui haciéndome con ellas.



Mi programa CAD me permitió controlar ya no el medio centímetro sino el medio milímetro, o menos si quería; y las posibilidades gráficas y de diseño crecían exponencialmente, permitiéndome diseños imposibles de acometer a mano. Los programas de cálculo de estructuras simplificaban enormemente la tarea, sobre todo el armado de las secciones y su dibujo, y sólo había que ser consciente de los fundamentos del programa y examinar detenidamente los listados de salida para detectar resultados erróneos, independientemente de los fallos de diseño que, correcta o incorrectamente, el programa señalaba. Las herramientas informáticas de cálculo empezaban a mostrar el punto débil de la tecnología: ya no eras tu quien calculaba, sino una máquina programada por equipos de personas que adoptaron unas determinadas hipótesis con las que se podía abarcar gran parte de los casos reales, pero no toda la realidad. Comprendí que la labor del usuario corría el riesgo de limitarse a saber como comunicarse con la máquina, qué teclas hay que pulsar y que casillas hay que elegir.

Los programas informáticos se han hecho más y más completos, con más y más versiones en cada vez menos lapso de tiempo, logrando prestaciones inimaginables solo hace unos años. Esto nos ha llevado a muchos a consumir gran parte de nuestro esfuerzo de formación continua no tanto en asimilar nuevos conceptos técnicos, la parte más sencilla, como en aprender el manejo de estas poderosas, y de rápida evolución, herramientas informáticas. Damos por sentado que el programa calcula tal y como lo haríamos nosotros, ecuación a ecuación, matriz a matriz, pero infinitamente más rápido; y realmente no sabemos qué hace de verdad la máquina. La rapidez con que se nos exige los resultados de nuestro trabajo es la coartada perfecta para vendernos herramientas con las que sólo es necesario aprender a introducir los datos. Y eso nos hace despreocuparnos de los procesos, confiar en montones de listados que cada vez comprendemos menos. El desarrollo tecnológico, las exigencias de la sociedad y la lógica económica imperante en la misma así lo han querido. Como Fausto, hemos vendido nuestra alma.

Coincidente en el tiempo con este fenómeno, y relacionado también con las exigencias sociales de confort y desarrollo, surge imparable el establecimiento de un creciente cuerpo normativo destinado a garantizar un cierto nivel de calidad sobre cómo se debe construir en cada situación y sobre la características de los diferentes elementos constructivos, regulando las exigencias de los materiales y las técnicas de construcción, que cristalizan en la ley de Ordenación de la Edificación primero y en el denominado Código Técnico de la Edificación, CTE, finalmente. El desaforado crecimiento de la construcción en el país; los cortos periodos de tiempo de materialización de los procesos proyectuales y de construcción; la pérdida del saber constructivo tradicional, minusvalorado frente a la necesidad de mano de obra aunque careciera de formación, nos llevó a saludar con esperanza inicial el contenido del Código Técnico de la Edificación, en el que deseábamos encontrar un respaldo a nuestras exigencias de orden, rigor, calidad y sentido común para la construcción, reforzando nuestra labor de directores de obra frente a los ataques continuos del beneficio económico como guía único del proceso.

Pero no fue así. El CTE resulto un ingente e inabordable documento escrito, con una farragosa y desafortunada prosa mezcla de lenguaje técnico y jurídico, con escasa información gráfica (lo que chirría al ser una regulación dirigida a oficios que se expresan mediante el dibujo) dividido en compartimentos que deberían de haber estado absolutamente interrelacionados y que muchas veces son contradictorios o directamente incoherentes; lleno de párrafos ininteligibles, con múltiples referencia a normas privadas (pues eso son las UNE), y con fórmulas, tablas y coeficientes para las que es necesario realizar un acto de fe. Se señalan procedimientos de control de recepción, de aceptación, de marcado normativo, de calidad… que desprecian la realidad de la tradición constructiva local y los materiales tradicionales, en ocasiones la verdadera solución constructiva sostenible en nuestros territorios, sancionada por los años y depurada por el saber de artesanos, albañiles y arquitectos generación tras generación. Se dice que el CTE es una herramienta prestacional, pero la principal prestación que se detecta muchas veces es la facilidad de encontrar siempre algo que hemos incumplido en nuestros trabajos, facilitando así la labor litigante de quien nos reclama responsabilidades.

De nuevo, una gran parte de nuestros esfuerzos profesionales se dirigió a comprender y a asimilar los contenidos del CTE, ingente tarea realizada en poco tiempo y no sin gran gasto en dinero y en aspirinas o paracetamol. Como resultado, hemos aprendido no a construir mejor, sino a escribir unas extensísimas memorias de proyecto, en las que nos hacemos la ilusión de cumplir todas y cada una de las exigencias del CTE que garantizan las prestaciones del edificio y que, por otra parte, resultan de una dificultad enorme para su utilización en el trabajo por los agentes de la construcción.



Y por vez primera, una normativa de edificación contiene herramientas informáticas para comprobar y garantizar, en exclusiva, su cumplimiento. Y si bien en las primeras versiones normativas había procedimientos simplificados que poder utilizar a mano, con las últimas se niega tal posibilidad. Proporcione usted los datos al ordenador y saldrá el cumplimiento o no del documento DB-HE, la etiqueta correspondiente de la calificación energética, el aislamiento frente al ruido. Todo el articulado del nuevo DB es muy bonito, hasta estoy de acuerdo casi en su totalidad, pues hace 25 años que trato de edificar de un modo sostenible, eficiente, agradable, racional, adaptado al lugar y al clima y económicamente posibilista. Pero ¿Dónde queda el calculista? ¿Dónde la actitud técnica del arquitecto? ¿No estamos dando la razón a quien nos dice que cobramos mucho por limitarnos a darle a una tecla para obtener los resultados? ¿Podemos permitirnos el lujo en nuestros pequeños estudios de obtener la conformidad del promotor para, bajo nuestra responsabilidad, optar por soluciones alternativas que se aparten total o parcialmente de los contenidos de los DB, tal y como permite el CTE?

Me apuntaré a un cursillo sobre los nuevos programas, tal y como hice con las anteriores, igual que con cada documento del CTE. Como la situación actual es la que es, apenas tendré ocasión de utilizar las nuevas herramientas, y no podré hasta pasado algún tiempo contrastar los resultados obtenidos con nada que no sea mi sentido común; tampoco lo pude hacer con los anteriores programas, la escasez de encargos apenas me ha permitido usarlos. Seguro que la introducción de datos tiene algún truquillo para evitar errores, y será casi igual a como se hacía antes, pero habrá que activar una casilla diferente. Tampoco he de preocuparme mucho, pues en poco tiempo habrá nuevas modificaciones…

Los tiempos pasados no fueron mejores, fueron distintos, con problemas, necesidades e inquietudes diferentes. El cúmulo de normativas, nuevos programas, modificaciones, modificaciones incompletas y periodos de coexistencia de normativas con los que nos obsequia la administración me ha retrotraído, por similitud primordial, a tiempos de trabajo escaso y prácticamente artesano, frente al paralex de mi mesa y con una taza de café al lado, en los que deseaba poder informatizar mi despacho y ganar tiempo para dedicarlo a las tareas creativas de proyecto, y a otros proyectos, frente al tedioso y repetitivo trabajo de ciertos cálculos y dibujos. Quisimos mejorar y mejoramos, aunque como en toda obra humana, todo es perfeccionable: ¡Quién iba a decirme que el futuro iba a concederme el deseo de consolidar mi despacho a cambio de perder progresivamente control efectivo sobre mi trabajo y dedicarme, cada vez más, a redactar memorias, anexos de cumplimiento y certificaciones sin fin; a utilizar programas informáticos obligatorios de los que desconozco casi todo y que finalmente se limitan a dar un resultado! Al hilo de la actualidad, sin temor a equivocarme puedo decir, y digo, que

¡No era eso, no era eso!



Os recomiendo el escrito “VISIÓN CRÍTICA DE LA NORMATIVA REFERENTE A LA EDIFICACIÓN” de nuestros compañeros  Enrique Tejero Juez y Fernando García Monzón, quienes hablan mucho mejor que yo de los temas que aquí hemos tratado.

5 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con esta reflexión, que no pretende evocar mejores tiempos pasados, porque tampoco lo eran tanto, pero sí poner en evidencia la estulticia de nuestro tiempo, caracterizada por el fervor casi religioso a todo lo que huela a "bites", aunque nadie entienda como funcionan esos malditos cacharros, que nos solucionan la vida pero nos privan del placer de controlarla. Esta reflexión que muchos compañeros compartimos, porque cada uno de nosotros nos la hemos hecho en algún momento, es lo que caracteriza nuestra formación de arquitectos, nos han formado para controlar, no para ser controlados, nos han formado para resolver, no para recibir las soluciones ciegamente de de una máquina. Es preciso que sigamos cultivando, fieramente si es preciso, nuestra más importante seña de identidad profesional, si no queremos ser reconvertidos en meros ingenieros.

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  2. Emotivo relato de un proceso que creo que tantos compartimos.
    Lamentablemente, cada vez tenemos que dedicar más tiempo a crear una elefantiásica documentación, que si para nosotros una parte de ella es cada vez más ininteligible !como va a ser para el resto¡.
    En mi humilde opinión, el proyecto en su conjunto se está convirtiendo en una “partitura” cada vez más inútil, porque no sirve como elemento de transmisión al resto de implicados de lo que se desea ejecutar. Y si no sirve para el resto ¿para que demonios tenemos que escribir un libro que solo nos tenga casi solo a nosotros de lectores?, como bien dices, por la asunción de responsabilidades.
    Además nos quita tiempo para dedicarlo a aquello en lo que más podemos aportar nosotros, que es nuestra visión y trabajo de arquitectos, adaptados a los tiempos que vivimos.
    Cafeína y paralex .... buen título.
    Fernando

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    1. efectivamente!
      el proceso inflacionario que han sufrido los proyectos no han comportado una mejora de la calidad del producto, sino una progresiva introduccion de ruido que ha implicado la perdida de vision global, eso que llamabamos arquitectura, que se ha queriido confundir con el proceso de edificación.
      y no es lo mismo.
      asi nos va.


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  3. ¡No era eso, no era eso!
    Y sin embargo esto de ahora es lo de siempre, puro negocio. El negocio de los "másters" (qué pobre suena en castellano ¿verdad?cursos de formación específica), que casi nada aportan más que beneficio para unos pocos.
    Y más normas y, con ellas, más programas, y más libros, y más seminarios, y más propaganda...es la nueva reconversión industrial..mientras estudiamos ocupamos tiempo y nos distraemos del poco trabajo que hay y del poco respeto que existe por él y por los profesionales. Y, sobre todo, no protestamos. Pero este es otro cantar...Música, maestro.

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  4. los dichosos programillas reducen al técnico, a mero operador, recopilador e introductor de datos;
    alimento de unos algorismos ignotos que devuelven resultados acriticos.
    estamos sin metodo, ni sistema de calculo alternativo,
    y, por tanto, incapacitados para verificar.
    implican una confianza ciega en el instrumento
    (el insumergible titanic no completo su primera travesia)
    todo ello supone la muerte del metodo cientifico y la vuelta al oscurantismo.
    creedme, estamos en malas manos!

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