jueves, 23 de octubre de 2014

¡NO ES QUE SEAMOS TONTOS! ¡ES QUE NOS HAN DIBUJADO ASÍ!

Como en tantas ocasiones, el arquitecto reclinó su dolorida espalda sobre el respaldo de la butaca retirando los cansados ojos de la pantalla del ordenador a la vez que profería un sonoro suspiro.
-¿Has acabado ya? ¡No te he oído soltar ningún reniego! –Era la voz de un antiguo compañero de fatigas con el que ahora compartía el despacho. El estudio ya no era unipersonal, era la suma de dos personas, amigos supervivientes de mil batallas, dispuestos a enfrentarse al último reto que la vida profesional les proponía: sobrevivir a la crisis adaptándose a los nuevos tiempos.
-Si, creo que si, o al menos eso parece. Todas las crucecitas del sistema están en verde; no aparece ningún mensaje de error y el ordenador no se ha colgado al pulsar el botón de tramitar. ¡El trasto es viejo y lento, pero todavía funciona y aun debe durarnos!
-El otro día me escandalizaste con tus palabrotas ¡y mira que es difícil no que me escandalices, sino que tu sueltes un taco! ¡A más de uno le tuvieron que pitar los oídos en el Colegio!
-¡Quita, quita! No me gusta insultar a nadie, ni mucho menos a los hábiles que crearon este ágil sistema de visado ¡Además el personal que nos atiende en el Colegio es un encanto y deben soportar las impertinencias de cada uno de nosotros! ¡Es mi mente, que no está hecha para esto, sea lo que sea! Ahora bien, cuando cobremos unos honorarios medianamente decentes, cambio todo el sistema informático del despacho…
-Pero ¿tú estás tonto? ¡Ya estás como siempre: cuando ganas un poco de dinero no lo inviertes en ti, sino que lo gastas en el maldito estudio! ¡No se cómo te han aguantado en casa todos estos años!
-¡Mira quien fue a hablar! Tú no eres diferente a mí, ¡somos de la misma quinta!



El discurrir cotidiano del pequeño estudio de arquitectura había cambiado sustancialmente en las últimas semanas, Tras muchos meses de soledad, sin apenas trabajo y teniendo que realizar innumerables equilibrios y sacrificios para no deber nada a nadie, el final del último verano le había reunido con un viejo compañero con el que compartir las largas horas de jornada laboral, gran parte de las mismas estériles y tediosas. Las paredes de la oficina ya no se le caían encima, tenía alguien con quien comentar dudas, cuitas  o chismorreos. La agobiante soledad de los últimos años parecía diluirse.

No se trataba de un crecimiento del estudio, puesto que no había trabajo que lo avalara ni recursos que lo permitieran. Las graves amenazas que se cernían sobre la profesión de arquitecto, (falta de trabajo, ley de servicios profesionales, bajos honorarios, torpeza en adaptarse a las nuevas situaciones sociales…) no habían desaparecido por más que los medios y las redes sociales parecieran hablar menos de ellas. Aunque en los últimos meses ambos habían notado un incremento de los encargos, éstos eran de ínfimo volumen y escasa, si no nula, recompensa crematística y no justificaban la unión de los esfuerzos de dos profesionales con más de 25 años de experiencia a sus espaldas. Ambos arquitectos se habían reunido bajo el mismo techo con la excusa de facilitar el mantenimiento de su actividad cotidiana y ayudarse mutuamente cuando surgiera la ocasión, conscientes de que la realidad no daba para mucho más. Los años de la crisis los habían dejado más que exhaustos económica y moralmente, viendo como el modo de hacer arquitectura que habían conocido desaparecía; como muchos de sus compañeros abandonaban la profesión y como se trataba demagógicamente de vender la falacia de un nuevo modo de producir en el que, desgraciadamente, primaba la reducción de costes frente a la calidad del servicio y el amor por el trabajo bien hecho.

- Debimos haber creado un estudio conjunto cuando acabamos la carrera. Ninguno era dios y los dos echábamos horas sin cuento a nuestros trabajos. ¡Ambos éramos igual de ilusos, igual de inseguros, igual de torpes! ¡No dejábamos ninguna decisión al azar! ¡Cualquier raya de nuestros proyectos debía justificarse y no seguíamos adelante con una idea hasta que el lugar, nuestra concepción arquitectónica, los usuarios, sus necesidades y su disponibilidad económica avalaran la viabilidad de la misma!
- Si. ¡Y así nos ha ido! ¡No nos ha faltado de nada! ¡Pero tampoco nos han sobrado ingresos! Bueno, si que nos ha faltado algo: ni tu ni yo hemos hecho relaciones públicas, no hemos tenido vida social y nunca hemos sabido vendernos. ¡Solo hemos vivido para nuestros estudios! ¡Trabajar y trabajar! Por no alternar no hemos ido nunca ni a las cenas del Colegio de Arquitectos.
- ¿Y que manera hay de hacer Arquitectura, de darte a conocer? ¿Frecuentar fiestas y saraos o conocer la sociedad que te rodea? ¿Alternar con la elite económica, con la endogamia profesional? ¿Pagar para que te publiquen una obra que solo tú consideras interesante? Siempre he preferido dejar clientes satisfechos a los que luego considerar amigos; fundirme con mi entorno humano: en el colegio de mis hijos, en su club de baloncesto, en el barrio donde vivo, con asociaciones culturales…Hemos sido compresivos con el cliente, le hemos dicho siempre lo que había que decir y no lo que querría escuchar…¡hemos sido inflexibles con ciertas prácticas que ahora tanto escandalizan a unos y a otros!
- Tampoco a mi me gusta el postureo pero ¡Algo hemos hecho mal!


Ambos arquitectos pertenecían a la generación nacida a finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado. Formaban parte de las promociones de arquitectos de los años 80, castigadas primero docentemente por la gran masificación de los primeros cursos en las pocas escuelas de Arquitectura existentes en el país, que infligían enormes masacres en el número de estudiantes mediante el procedimiento de suspender exigiendo un nivel que ni de lejos se enseñaba; y laboralmente después, tratando de integrarse en un mundo profesional tradicional y cerrado que se veía superado por una sociedad vertiginosamente cambiante y atacada por periódicas crisis económicas. Esa generación que todos los analistas de la actual crisis, la que empequeñece a todas las anteriores, ha olvidado, ha ignorado o ha culpado injustamente de ser causa del mal que nos azota; que, lejos del sistema de las arquiestrellas, ha conseguido dotar a nuestros pueblos y ciudades, a nuestros barrios, de más que correctas obras de arquitectura, edificios discretos, útiles y ajustados en coste y mantenimiento, que constituyen puntos fuerza de cohesión social y cultural en los trazados urbanos. Esa generación que siente que, al llegar, le han robado el futuro que todos le prometieron, la estabilidad laboral y el éxito económico que les aseguraron iban a lograr cuando alcanzasen la madurez profesional y vital.

- El estar juntos nos da una oportunidad. Nos queda más de una década de trabajo hasta que…
- ¿Nos jubilemos? No concibo ese concepto, ¡no se lo que significa!
- Tenemos una edad muy borde: ¡somos mayores para emigrar y jóvenes para retirarnos!
- Sin contar que no tenemos un duro; que las ganancias de nuestra vida nos las hemos gastado estos años para subsistir; que las pocas reservas económicas que tenemos sirven para no cerrar ya la puerta del despacho y que nuestra infraestructura empresarial se reduce a… ¡nuestras cuatro manos!

Se hizo el silencio. Ambos arquitectos se miraron. Por un instante creyeron reconocer la misma luz que brillaba en sus ojos el día que aprobaron el Proyecto Final de Carrera. Sólo creían en ellos mismos, en su capacidad de trabajo, en la formación adquirida durante toda su vida profesional, en la educación recibida y adquirida. Colegios profesionales, gobiernos, instituciones… ¡No les valían ya para casi nada!; eran instrumentos inútiles ajenos a su realidad personal y profesional, y a la de tantos otros, en los que ya no se podía confiar; que se limitaban a estar ahí, inmóviles, luchando por subsistir mes a mes, obsoletos y ajenos a la realidad, esperando una conmoción que los refundase o los hiciera desparecer. Repentinamente, ambos estallaron en sonoras carcajadas

- ¡Igual que hace 30 años!
- Exactamente igual: una mano delante y otra detrás. ¡Yo me siento joven!
- Yo no me siento viejo. Me considero más sabio ¡algo he aprendido estos años!
- ¡Tan creído como siempre! ¡Tira, tira!
- ¿A que esperamos? Reconstruyamos nuestra profesión de arquitectos, con la ventaja de saber lo que antes se hizo mal y lo que ha funcionado correctamente. Estudiemos qué demanda la sociedad actual y cómo lo demanda; busquemos aliados para esta nueva singladura; no desdeñemos ninguna profesión, ningún consejo y seamos generosos ofreciendo nuestra experiencia, nuestra formación, nuestros conocimientos…

La rojiza luz del crepúsculo de aquella tarde otoñal se filtraba por la ventana del pequeño estudio. No cabía duda que la presencia de ambos arquitectos en un mismo despacho había azuzado sus ganas de hacer cosas nuevas, ¡o las de siempre pero de otra manera! Sin renunciar a su formación, a sus ideas, se veían capaces de vencer, de nuevo, todas las adversidades. Se sabían fruto de la educación que les dieron sus padres, el bachillerato, la escuela de arquitectura y su propia voluntad; de la sociedad y el tiempo en que crecieron y maduraron como personas; de las ideas contenidas en los libros que habían leído hasta ayer. Pero sobre todo eran conscientes de no estar en posesión de toda la verdad. La vida les había dibujado así y ellos debían perfilar los trazos, ayudar a terminar el fondo del cuadro. Como siempre sabían que


¡se hace camino al andar!

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