La preocupación que el borrador de Ley de Servicios Profesionales
ha generado en el mundo de la arquitectura, va siendo conocida por diferentes
sectores de la sociedad, generalmente los más informados. Pese a esta condición
de personas formadas y atentas al devenir social, hay quien afirma que
realmente el motivo de nuestra inquietud es que en muy pocos años hemos pasado de dioses a
plebeyos.
Tal opinión no es sino síntoma claro
del desconocimiento y desconfianza que sobre la profesión tiene la mayoría de
ciudadanos, a los que no hemos sabido dar a conocer nuestra realidad y
únicamente son capaces, con la sesgada información que poseen, de generalizar sobre el modo de proceder y actuar de los arquitectos en los últimos años
tomando como referente la actividad de unos pocos.
Si, estoy inquieto, diría que muy
inquieto. Pero no por pasar de ser dios a ser plebeyo. Jamás he creído en mi
naturaleza divina, a todas luces inexistente, y siempre me he enorgullecido de
ser un "trabajador de la Arquitectura", uno de esos arquitectos que
trata de ejercer su profesión lo mejor que sabe, discretamente, con rigor y
constancia, alegrándose de cada pequeño logro, convencido de que solo así
podemos lograr ciudades más humanas, más justas, más agradables, más hermosas,
más sostenibles. Y los demás arquitectos de mi entorno, aquéllos con los que más me relaciono,
tampoco han creído en su divinidad, en el carácter redentor de sus diseños.
Somos muchos, una gran mayoría, los que
únicamente creemos en el trabajo y en el sentido común; muchos los
que no hemos podido pasar a ser plebeyos porque nunca hemos dejado de serlo.
La mayoría de los arquitectos hemos
sido ajenos a las decisiones urbanísticas insensatas y a los diseños
insostenibles que solo satisfacían el sueño áulico de ciertos sectores
político-sociales; no hemos sido escuchados cuando, tímidamente y, cierto es,
con menos frecuencia de la necesaria, hemos alzado la voz para denunciar las tropelías
ejecutadas en nombre de la Arquitectura, el desarrollo urbano y el progreso;
hemos sido apartados de los circuitos de las grandes obras con el argumento de
que no éramos suficientemente buenos, no estábamos preparados o no teníamos la
experiencia necesaria.
Pero pese a todo, y asumiendo la
culpa que nos corresponda por nuestras acciones u omisiones, queremos recuperar
la función social de la
Arquitectura; intervenir
en el diseño de nuestras ciudades bajo nuevas directrices, con centro en las
personas y objetivo su bienestar físico e intelectual, colaborando
con todos y aprendiendo de todos, ejerciendo simplemente de
arquitectos y pregonando a los cuatro vientos que:
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