Un parpadeo. Estamos ya en el mes de junio, medio año 2014
transcurrido, y todo lo vivido en este periodo parece haber sucedido en un
parpadeo: más penurias para muchos; más confusión para todos; más pérdida de
derechos adquiridos; más corrupción desenmascarada en más sitios y presentida
en varios más; pocas sentencias dictadas, menos castigos aplicados, ninguna
responsabilidad asumida y una sensación, cada vez más acusada, de que, ante
todo esto, algo tiene ¡debe! suceder, aunque muchos no sean conscientes de que, para que
suceda algo, debemos ser los protagonistas activos de los cambios que esta
sociedad precisa. Profesionalmente, el mundo de la arquitectura está más débil que
hace seis meses, con menos trabajo remunerado, menos reservas con las que subsistir
y, sobre todo, menos tiempo para responder a los retos que la evolución social
por un lado, y el gobierno del estado por otro nos plantean mientras el claro
autismo de nuestra profesión se manifiesta en nuestra incapacidad emocional de
socialización, comunicación y reciprocidad sensible no solo con la sociedad a
la que nos debemos sino con nosotros mismos. No parece se haya hecho nada, y si
se ha hecho se mantiene en secreto, y los fugaces intentos de visualizar ante
la sociedad la situación de los arquitectos, la importancia de la Arquitectura,
y el empobrecimiento que le supondría el triunfo de las pretensiones
gubernamentales recogidas en la LSCP, han pasado desapercibidos; primero para
los propios arquitectos, ajenos a casi todo lo que no sea su lucha individual
por subsistir, y después ante el resto de la sociedad, enfrascada en el marasmo
de protestas consideradas, con razón, como más importantes y acuciantes. Los
arquitectos parecemos dormidos, soñando con los tiempos en que Dios, para
castigar a su pueblo, amenazaba con quitarles a sus arquitectos. Hace tiempo
que decidimos tratar de conciliar un sueño prolongado, confiados, en que al
despertar, el monstruo de la crisis se habría desvanecido y que, de alguna
manera, volveríamos seguir haciendo tranquilamente el trabajo que tanto nos
gustaba: ¡proyectar! Desgraciadamente, la tozuda realidad vislumbrada durante el insomnio de algunos y
mi propia duermevela me indican que
La situación político-económica que atravesamos, que muchos
arquitectos sufrimos como el que más, me provoca profundos sentimientos de
indignación, vergüenza e impotencia, y queda perfectamente retratada en la
comparación de estos dos sucesos que paso a relatar: el primero, la rueda de
prensa de la portavoz del Gobierno, al acabar el Consejo de Ministros, en la
que, con su habitual desparpajo anuncia, eufórica y sin rubor, que España va a
devolver antes de tiempo mil trescientos millones de euros del rescate financiero
concedido por Europa porque ¡la economía española puede hacerlo! El segundo, la
petición de la Defensora del Pueblo, días antes del mencionado Consejo de
Ministros, de que los comedores escolares atiendan en verano a los menores
vulnerables, preocupada por el hecho de que su cierre terminado el curso,
agrave la situación de precariedad y pobreza de estos niños, y la reacción contraria
de varios gobiernos autonómicos a esta ya de por sí tremenda solicitud. Gran
parte de la sociedad no parece reaccionar ante noticias como estas, quizás
porque la sucesión de“shocks” padecidos desde el año 2008 se ha demostrado
eficaz para aturdirnos permanentemente, habiendo sumido a la mayoría en un
estado catatónico. El rey mercado dirige, de modo absoluto, nuestros destinos,
es inconcebible su abdicación y nadie osa resistirse a sus designios que,
aunque no lo sepamos ni lo notemos... ¡sólo beneficios nos deparan!.
La profunda vergüenza que siento cada vez que desde ese
viernes pongo en relación ambas noticias, me produce arcadas y me ratifica en mi
anhelo de un profundo cambio más allá del cambio de sistema, monarquía
república, tan traído y llevado estos días, a modo de maniobra de distracción,
eso sí, con muchas más facetas que de costumbre. Nuestra salud física, mental y
ética precisa un cambio efectivo. Es necesario que algo ocurra.
En estos seis meses he llegado a creer que la actividad
profesional mostraba ciertos signos vitales, si no de mejoría, si de confirmación
de que no estaba absolutamente desahuciada. Las expectativas creadas por el
anuncio de ayudas económicas a la rehabilitación en el marco de la ley de las
tres erres, rehabilitación, regeneración y renovación urbana, provocó que
muchos incrementáramos nuestro esfuerzos de informar a los clientes de las posibilidades
que parecían abrirse, y que los más informados empezaran a solicitar
presupuestos de honorarios y de actuaciones en sus edificios. Como
consecuencia, mi fichero de “posibles trabajos” se ha llenado de archivos como
nunca…y de decepciones como casi siempre en los últimos tiempos. Los
gobernantes no pueden, no quieren o no saben reactivar el sector de la
rehabilitación, energética o no, y no acaban de aprobar las ayudas; los
particulares no tienen dinero ni manera de conseguir financiación, y como
consecuencia sólo buscan quienes les puedan solucionar los problemas técnicos
acuciantes de la manera más barata en inversión, a corto plazo, y en honorarios,
sin que la calidad y la eficacia primen a la hora de definir las actuaciones.
Un espectáculo triste y descorazonador en el que sigue ganando quién menos
escrúpulos tiene.
También ha parecido en este medio año, en varias ocasiones, que
la LSCP iba a ser aprobada por el Consejo de Ministros. Pero no ha ocurrido tal
cosa, me gustaría pensar que porque algún resquicio de razón ha sembrado de
dudas a nuestros gobernantes o porque quienes negocian en nombre de los
arquitectos han hecho bien su trabajo. Pero me da que no es ese el motivo, que
tendría que ver con una ventana de oportunidad conforme a los intereses de
partido y de gobierno que aún no se ha presentado. ¿Quizás ahora, con los
fastos de la coronación del nuevo rey, Felipe V de Aragón y VI de Castilla,
para hacer creer que empiezan algunos cambios? ¿Aprovechando la celebración del
mundial de fútbol de Brasil, cuando la sociedad está absolutamente narcotizada?
¡Pero si las protestas callejeras de los sectores afectados, en especial las de
los arquitectos, van a ser en todo caso irrelevantes!
En cualquier caso, y sea cuando sea la aprobación de la LSCP,
la profesión callará y aceptará sumisa y resignadamente lo que estime el
Gobierno y los posteriores trámites legales determinen. ¡Cómo debe ser! ¡Los
arquitectos somos gente de orden! ¿O no? ¿No permanecemos, salvo excepciones,
absolutamente callados, quietos en la mata, no vaya a ser que alguien se enoje
y se rompan los puentes de negociación? Lo que pasa es que el desencanto y la
impotencia consiguen que muchos arquitectos estimen que no vale la pena luchar
en una batalla perdida y mal planteada por nuestra parte. No sabemos qué se
negocia en nuestro nombre, quién lo negocia, y si tenemos claro lo que queremos
negociar. ¡Y tampoco parece que haya mucho interés por saberlo!
Hace bien poco, en la asamblea de mi colegio territorial, nos
pasamos una mañana discutiendo más que acaloradamente sobre los presupuestos no
aprobados en diciembre, sobre incumplimientos, sobre la sostenibilidad
económica del visado, sobre los gastos de representación, sobre lo mal que lo
han hecho unos, sobre las faltas a la verdad de otros, sobre cualquier cosa
menos de los problemas que nos afectan, gravísimamente, a todos; laborales,
económicos y profesionales. En una de las mañanas en que más desbordado por la
tristeza me sentí, sin saber muy bien quien tenía razón, o más razón, y el
porqué de todo aquello, pero convencido de que todos lo estábamos haciendo mal,
muy mal, mi único pensamiento lógico fue: ¡No me interesan estos Colegios de
Arquitectos! ¡Que se hunda todo! ¡Empezar desde cero, cuestionando todo, quizás
sea la única forma de subsistir como profesión y de lograr una organización
profesional que sirva para algo más que un visado que ya ni siquiera nos financia!
Y tampoco hemos buscado, o no hemos sabido hacerlo, aliados
en este trance. Somos dos profesiones las que habitamos la casa común de la
Arquitectura, las que han venido soportando sobre sus hombros, más que
aceptablemente, el peso del sector de la construcción en España y, más allá de
estupendas relaciones personales y del eficaz papel jugado en muchísimas obras,
parece que nos ignoremos, nos miremos con desconfianza y nos reprochemos
mutuamente los fallos en el desempeño de nuestro trabajo. Arquitectos y
Arquitectos Técnicos; arquitectos técnicos y arquitectos. Es normal que en
épocas de crisis surjan ciertos roces entre ambos colectivos por la ausencia de
trabajos, la simplicidad de los existentes y el instinto de supervivencia, ¡al
igual que surgen entre los propios miembros de cada profesión! Pero no es justificable
esa indiferencia mutua, al menos la que percibo en mi entorno. Veamos: ambas
profesiones partimos de una base común, la arquitectura, y desarrollamos
nuestra labor profesional desde ópticas complementarias y simbióticas,
absolutamente necesarias para el buen fin de la construcción. Yo arquitecto, no
sé desempañar adecuadamente una dirección de ejecución, no me he formado en
ello aunque tenga ciertas nociones de la misma, y preciso de un profesional que
lo haga en las mismas condiciones de calidad que me exijo para el desempeño de
mis propias atribuciones, única garantía de una obra bien hecha y satisfactoria
para los usuarios; y todo arquitecto técnico precisa de una documentación de
proyecto, o complementaria de obra, adecuadamente definida que le permita
realizar su trabajo sin tomar decisiones sobre temas que el arquitecto debería de
haber especificado, muchas veces con repercusiones en aspectos de naturaleza
distinta a la constructiva, y de los que el arquitecto técnico también tiene
nociones. Si somos capaces de entender esto, ¿Cómo no somos capaces de
identificar a nuestros enemigos comunes, máxime si se les distingue fácilmente
por la alegría con que contemplan nuestras disputas?
Y sobre todo, los arquitectos seguimos sin bajar a la arena,
todavía aferrados al menguante, si no extinto, brillo de nuestra torre de
marfil profesional, incapaces de empatizar con la sociedad, de convertirnos en
ese técnico de proximidad que soluciona adecuadamente los problemas en materia
de construcción, arquitectura y vivienda. Y no digo que no lo intentemos, sino
que no sabemos como hacerlo. Un arquitecto técnico de mi ciudad, con el que he
tenido la suerte de trabajar en tiempos mejores y con el que sigo intentando
hacerlo en la actualidad, en proyectos de colaboración interdisciplinar, me
comentaba las acciones que desde su organización colegial estaban emprendiendo
para tratar de generar actividad profesional a raíz de la Ley de Rehabilitación
Regeneración y Renovación Urbana, de las subvenciones que en algún momento las
administraciones públicas se decidirán a publicar en esta materia y de la
redacción de los Informes de Evaluación del Edificio, la herramienta que
permitirá optar a dichas subvenciones. Han estudiado a fondo la nueva
legislación y se han puesto en contacto con colegios de administradores y otras
entidades para hacer llegar a la sociedad la necesidad de intervención en el
parque de viviendas construido, en especial en aspectos energéticos, y las
ayudas económicas que la legislación tiene previsto establecer. Se lamentaba mi
amigo y compañero de que, según sus noticias, nuestro gremio, el de los
arquitectos, no había mostrado mucho interés en el tema, y que no lo entendían
ya que si la construcción iba a dar señales de vida lo haría desde la
rehabilitación, especialmente la energética. ¿Porqué no ir juntos Arquitectos y
Arquitectos Técnicos, aprovechando sinergias amparados en nuestra experiencia
profesional? Como nos conocemos desde hace años, le dije a mi amigo que la
condición contingente de los arquitectos técnicos les llevaba a preocuparse por
comer cada día, pero que nosotros los arquitectos, en nuestra condición
semidivina, solo nos preocupaba alimentar el espíritu. Me miró sonriente y
dijo: –eso ya lo sé, nos conocemos hace muchos años y nunca he entendido a qué
viene tu obesidad mórbida; ¡pero algo estaréis haciendo desde tu colegio
profesional!– Me lo quedé mirando y contesté; –¡Que yo sepa, y más allá de
algún cursillo de certificación energética, nada de nada!–. Mi amigo se echó a
reír y me invitó a comer.
Inacción, desinformación, falta de aliados, penuria laboral,
falta de empatía… ¡y no he hablado del miedo! ¡Miedo a que se confirmen de modo
simultáneo varios de los trabajos a los que opto y no poder cumplir con los
plazos! ¡Miedo a no dominar todos los cambios normativos que en la reglamentación
técnica se han producido! ¡Miedo a hacerlo mal porque hace mucho tiempo que no
se realiza un trabajo en condiciones! Quisiera hablar de aspectos positivos de
nuestra realidad cotidiana, ¡prometo que me lo propuse como tarea! Pero a parte
de que mi salud no va mal, sólo encuentro motivos particulares y personales de
satisfacción que deben de quedar en mi esfera personal y familiar.
No deseo hurgar insistentemente en los problemas que todos
sufrimos cada día. Solo pretendo expresar, negro sobre blanco, mi deseo de no esconder
la cabeza ante los problemas sociales y profesionales que nos agobian, pensando
que ya escampará, que alguien lo solucionará por nosotros. No quiero dormirme, ni
quiero que la profesión se duerma, quizás definitivamente. Es más: me gustaría
despertar a muchos de los que se durmieron narcotizados por un sistema que nos
quiere dóciles y maleables. Quiero evitar que los arquitectos desaparezcamos
como profesión. Es preciso que permanezcamos atentos y expectantes para poder conocer
los problemas de la sociedad y la profesión y poder ser protagonistas, en la
medida de las posibilidades de cada uno, de un cambio que cada vez se hace más
necesario e inminente. Debemos romper con viejos convencionalismos y ataduras y
esforzarnos en pensar qué queremos ser, como personas y como arquitectos. Estoy
harto de sentir tristeza como en la asamblea de mi colegio; vergüenza como la
de aquel viernes, como la de muchos viernes, escuchando a quienes nos
gobiernan. Creo que algo debe necesariamente cambiar, y quizás en un periodo de
tiempo no muy largo, debamos decidir…lo que quiera que deseemos decidir, demostrando
que
somos
dueños de nuestro destino, capitanes de nuestras almas
Javier tu artículo me parece contundente y muy necesario para hacer despertar muchas conciencias dormidas..que sepas que mas de uno y una pensamos exactamente igual que tú y estamos deseando que cambien las cosas..vamos, que nos movamos!!!..somos dueños de nuestro destino, capitanes de nuestras almas y añadiría: piratas de todos nuestros naufragios, dispuestos a emprender una nueva avertura con los restos de nuestro tesoro para seguir navegando!
ResponderEliminarQuisiera compartir un mensaje que ayer mismo envié a un compañero arquitecto de mi demarcación en Córdoba:
Me he alegrado mucho de volvernos a ver, últimamente los arquitectos de nuestra generación parece que hemos desaparecido del mapa, y lo cierto es que estamos, los que aún seguimos vivos...(nuestros colegios deberían dar a conocer a la sociedad las cifras de bajas y suicidios de compañeros que no han podido sobrevivir a esta crisis).. pero cada uno permanece en su satélite tratando de sobrevivir..creo que deberíamos apoyarnos más los unos en los otros, luchar por nuestros derechos; ya sabemos que solos es imposible que lo logremos, pero entre todos conseguiremos mucho; ante todo recuperaremos el respeto hacia nuestra profesión..me gustaría preguntarle a nuestro colectivo, amigos algunos,compañeros todos; a qué estamos esperando para exigir,a cuantos tienen la responsabilidad, lo que es sencillo y evidente:
Queremos seguir trabajando como lo que somos, arquitectos, y ejercer nuestra profesión dignamente, fijando unos honorarios mínimos, por ley.
Javier, bien pensado pero, creo que, tenemos el enemigo en casa. Por una parte, compañeros? quienes? los que cobran dietas por pertenecer al Consejo y no pagan (pagamos) a los trabajadores? Y por otra parte, un personaje que, se arroga competencias del colectivo que, deja de ser aparejador para enviarte un mensaje de odio?
ResponderEliminarNos hemos despertado dinosaurios, de repente especie en extinción urgente. Y que así sea.
Aunque Dios existe y buenas personas también, se llamen como se llamen, no creo en los colectivos. Y los grupos no saben subsistir.
Mientras tanto, un abrazo.